Alan Escobedo es el autor del libro El Imperio del Fuego Eterno, este es un estracto
Capítulo 1
Del Ka’an y Los K’uj
El Ka’an –cielo– en el inicio de los tiempos no era más que un lienzo en blanco, la eternidad era una inmensidad tan vacía como la nada y la vida no era más que un sueño, pues antes de que existiera el mundo, nada más existía; solo los dioses, que reposaban en el profundo y abstracto sueño de la infinitud existencial, los dioses descansaban en el nivel más alto del Ka’an y su morada estaba más allá del azul visible, sobre las nubes espumosas, en el azul inalcanzable.
Allí en lo alto del firmamento habitaban los K’uj –dioses– consagrados en gracia y beatitud, eran cinco los dioses que existían y nadie ni nada más que ellos habitaban en los confines del universo. Con su santidad edificaron sus altos y majestuosos tronos en las cúspides de sus señoriles templos que se erguían como estructuras gigantescas flotando en medio de la perpetuidad.
Por tiempos que para los hombres serían eternidades, los dioses crearon su esplendoroso feudo con materiales que ningún hombre conoce, ni conocerá jamás, pues solo en el poder de los dioses existen esos minerales y solo ellos son capaces de hacerlos, de labrarlos y de construir con ellos. Obraron así, diez eternidades y un sinfín más, hasta que concluyeron la construcción del nivel sagrado del cielo, donde solo ellos habitarían y donde nadie más podría ingresar, a no ser que hubiese alcanzado la beatitud para convertirse en uno de los K’uj, pero dicen los cuentos y leyendas ancestrales que solo un mortal ha alcanzado la santidad de los dioses y ha sido él, desde el inicio de los tiempos, el único mortal que luego de su muerte fue invitado por los mismos K’uj para que tomara un puesto en el nivel más alto del firmamento.
El nivel sagrado es inmensamente bello, abundante en aromática naturaleza que exhala una hermosa paleta de diferentes tonalidades de verdes brillantes y frescos que se expanden diametralmente rodeando los cinco templos de los dioses. Cuatro de estos templos fueron ubicados en lo que los dioses llamaron puntos cardinales, y estos puntos serían utilizados por los hombres en épocas siguientes para viajar por las anchas y largas extensiones del mundo y para navegar por las espumosas y saladas aguas de los mares, todo esto creado con afecto por los dioses como un regalo para sus hijos. El quinto templo es el más majestuoso de todos, sus muros son gruesos y potentes, sus recámaras son amplias y acogedoras, su estatura es superior a la de los otros templos y se ubicaba justo en el centro del Ka’an, con los otros santuarios que lo rodean en los puntos antes mencionados.
Gigantescas fuentes con manantiales de esmeraldas hidratan los pastizales y parte de la selva sagrada, y todo convive en natural sinergia; todo coexiste armoniosamente en completa quietud. Toda esta esplendidez surgió de las mentes de los dioses, y en cada cosa que crean, ellos se internan, pues los dioses son sagrados, omnipotentes y omnipresentes y forman parte de todos y todo lo que existe y lo que no.
Acerca del autor, Alan Escobedo
Alan Escobedo (Guatemala, 1989). Posee un Bachelor in Business Administration (Cum Laude), un Master in Business Administration de la Universidad Francisco Marroquín y un Master in Management de Tulane University. Estudió el Doctorado en Historia de la Universidad Francisco Marroquín y actualmente, estudia la Licenciatura en Administración Pública de la Universidad Galileo y el Doctorado en Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad Pontificia de Salamanca.
Sinopsis del libro El Imperio del Fuego Eterno
“La leyenda del Imperio del Fuego Eterno es una obra atípica, escrita en forma de mito, que relata la creación de los dioses, del mundo y los diferentes intentos por engendrar a los hombres y sus gobernantes, en un contexto tetrapartito del espacio, los seres y la organización sociopolítica.
Es también un relato maniqueísta y desgarrador de la batalla final de la eterna lucha del bien contra el mal, entre el orden y el caos del universo, que llega a alcanzar niveles fratricidas y aniquiladores. Esta novela evoca a “Hombres de Maíz”, la obra maestra de Miguel Ángel Asturias, por la combinación de creencias indígenas dentro de un esquema de tiempo mítico, en el que miles de años se comprimen y aparecen como diferentes partes de un momento único. Es una obra en la que predomina el sincretismo religioso que se produjo a partir de la conquista española, en el cual se mezclan dogmas de las cosmovisiones mayas y juedo-crisitana, del Popol Vuh y de la Biblia”, Dr. Héctor L. Escobedo A. de la Fundación Patrimonio Cultural y Natural Maya.
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Allí en lo alto del firmamento habitaban los K’uj –dioses– consagrados en gracia y beatitud, eran cinco los dioses que existían y nadie ni nada más que ellos habitaban en los confines del universo. Con su santidad edificaron sus altos y majestuosos tronos en las cúspides de sus señoriles templos que se erguían como estructuras gigantescas flotando en medio de la perpetuidad.
Por tiempos que para los hombres serían eternidades, los dioses crearon su esplendoroso feudo con materiales que ningún hombre conoce, ni conocerá jamás, pues solo en el poder de los dioses existen esos minerales y solo ellos son capaces de hacerlos, de labrarlos y de construir con ellos. Obraron así, diez eternidades y un sinfín más, hasta que concluyeron la construcción del nivel sagrado del cielo, donde solo ellos habitarían y donde nadie más podría ingresar, a no ser que hubiese alcanzado la beatitud para convertirse en uno de los K’uj, pero dicen los cuentos y leyendas ancestrales que solo un mortal ha alcanzado la santidad de los dioses y ha sido él, desde el inicio de los tiempos, el único mortal que luego de su muerte fue invitado por los mismos K’uj para que tomara un puesto en el nivel más alto del firmamento.
El nivel sagrado es inmensamente bello, abundante en aromática naturaleza que exhala una hermosa paleta de diferentes tonalidades de verdes brillantes y frescos que se expanden diametralmente rodeando los cinco templos de los dioses. Cuatro de estos templos fueron ubicados en lo que los dioses llamaron puntos cardinales, y estos puntos serían utilizados por los hombres en épocas siguientes para viajar por las anchas y largas extensiones del mundo y para navegar por las espumosas y saladas aguas de los mares, todo esto creado con afecto por los dioses como un regalo para sus hijos. El quinto templo es el más majestuoso de todos, sus muros son gruesos y potentes, sus recámaras son amplias y acogedoras, su estatura es superior a la de los otros templos y se ubicaba justo en el centro del Ka’an, con los otros santuarios que lo rodean en los puntos antes mencionados.
Gigantescas fuentes con manantiales de esmeraldas hidratan los pastizales y parte de la selva sagrada, y todo convive en natural sinergia; todo coexiste armoniosamente en completa quietud. Toda esta esplendidez surgió de las mentes de los dioses, y en cada cosa que crean, ellos se internan, pues los dioses son sagrados, omnipotentes y omnipresentes y forman parte de todos y todo lo que existe y lo que no.
Acerca del autor, Alan Escobedo
Alan Escobedo (Guatemala, 1989). Posee un Bachelor in Business Administration (Cum Laude), un Master in Business Administration de la Universidad Francisco Marroquín y un Master in Management de Tulane University. Estudió el Doctorado en Historia de la Universidad Francisco Marroquín y actualmente, estudia la Licenciatura en Administración Pública de la Universidad Galileo y el Doctorado en Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad Pontificia de Salamanca.
Sinopsis del libro El Imperio del Fuego Eterno
“La leyenda del Imperio del Fuego Eterno es una obra atípica, escrita en forma de mito, que relata la creación de los dioses, del mundo y los diferentes intentos por engendrar a los hombres y sus gobernantes, en un contexto tetrapartito del espacio, los seres y la organización sociopolítica.
Es también un relato maniqueísta y desgarrador de la batalla final de la eterna lucha del bien contra el mal, entre el orden y el caos del universo, que llega a alcanzar niveles fratricidas y aniquiladores. Esta novela evoca a “Hombres de Maíz”, la obra maestra de Miguel Ángel Asturias, por la combinación de creencias indígenas dentro de un esquema de tiempo mítico, en el que miles de años se comprimen y aparecen como diferentes partes de un momento único. Es una obra en la que predomina el sincretismo religioso que se produjo a partir de la conquista española, en el cual se mezclan dogmas de las cosmovisiones mayas y juedo-crisitana, del Popol Vuh y de la Biblia”, Dr. Héctor L. Escobedo A. de la Fundación Patrimonio Cultural y Natural Maya.