Fredy Portillo es columnista de literatura, República lo publicará los domingos.
El día de navidad de 1917, arrancaría en la ciudad de Guatemala una serie de sismos que se extendió hasta mayo del año siguiente, los cuales terminaron por destruir el 70 por ciento de la ciudad. Además de dejar un rastro de cerca de 2 mil muertes y 125 mil damnificados, estos fenómenos naturales dejaron al descubierto las inconsistencias del sistema y marcó a los escritores de la época y su posterior desarrollo literario.
Según los relatos de la época, dos de cada tres viviendas quedaron en escombros, y los propietarios de las que quedaron en pie tenían temor de permanecer en ellas, ya que los movimientos telúricos eran constantes. Por ello, los ciudadanos provenientes de distintos estratos sociales debieron compartir en campamentos improvisados que fueron montados en los parques y terrenos baldíos de la periferia.
Quienes más pronto se acostumbraron a esa situación fueron los niños que sin importar su origen se divertían jugando en medio de los matorrales y los barrancos que rodean la ciudad. Entre ellos, un Mario Monteforte Toledo de 6 años empezaba a explorar su mundo, lejos de las comodidades de un hogar de clase media alta.
Estas circunstancias llevaron al futuro escritor a indagar y profundizar en el estudio de las relaciones sociales a las que estaba acostumbrado. Fue educado por un padre de origen italiano y una madre cuya ascendencia incluía a varios funcionarios públicos. Ello explicaría el rumbo literario y profesional de Monteforte, quien siempre recurrió a describir las grietas de la desigualdad, tanto en su obra artística como la científica.
Los terremotos sacaron a relucir también los vicios de la corrupción. El Diario de Centroamérica, para ese entonces un medio independiente, criticaba la falta de respuesta del gobierno de Manuel Estrada Cabrera ante la crisis y al exceso de lujo de una minoría privilegiada. Cinco años después de la tragedia, los escombros en la vía pública aún permanecías inamovibles.
El príncipe Guillermo de Suecia escribió un libro sobre la región, luego de visitar el país en 1920, en donde describe el mal estado en que para ese año aún permanecía en las calles. En él también menciona que los fondos en efectivo de la ayuda internacional engrosaron la fortuna de Estrada Cabrera y funcionarios de su gobierno. Se hicieron de cuantiosas ganancias vendiendo en Honduras las provisiones donadas para atender la emergencia.
Frente a esto, un adolescente de nombre Miguel Ángel Asturias empezaba a esbozar su cuento Los Mendigos Políticos que le sirvió de base para su posterior novela El Señor Presidente terminada en las década de los treinta, pero publicada en 1948. En una entrevista de 1970, Asturias cuenta como una densa nube de polvo cubrió la luz de luna, otorgándole un aire aún más desolador a la situación. Probablemente por ello, la sensación lúgubre de las tinieblas y la penumbra permanece a lo largo de toda la trama de dicho relato.
La tragedia mereció un sentido poema del peruano José Santos Chocano, quien residió en Guatemala por muchos años, en el que hace referencia a la Primera Guerra Mundial cuyo terror hizo que la tierra cansada se sacudiera en un territorio neutral. “Desplomose, de súbito, estrepitosamente/Una ciudad tranquila de América inocente”.
Mientras que Enrique Gómez Carrillo, quien vivía en Europa como diplomático y cuyos textos prácticamente se dedicaban a describir sus viajes por el viejo continente, se tomó un respiro para lamentar los hechos y añorar el hogar. “Sin embargo, mi deseo de volver (…) me atormenta tanto como antes. Después de orar en el sepulcro de mi madre, rezaré ante la tumba de la ciudad entera”, sentenció el príncipe de los cronistas.
(Para mayores referencias: https://goo.gl/cwmgj6)
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Fredy Portillo es columnista de literatura, República lo publicará los domingos.
El día de navidad de 1917, arrancaría en la ciudad de Guatemala una serie de sismos que se extendió hasta mayo del año siguiente, los cuales terminaron por destruir el 70 por ciento de la ciudad. Además de dejar un rastro de cerca de 2 mil muertes y 125 mil damnificados, estos fenómenos naturales dejaron al descubierto las inconsistencias del sistema y marcó a los escritores de la época y su posterior desarrollo literario.
Según los relatos de la época, dos de cada tres viviendas quedaron en escombros, y los propietarios de las que quedaron en pie tenían temor de permanecer en ellas, ya que los movimientos telúricos eran constantes. Por ello, los ciudadanos provenientes de distintos estratos sociales debieron compartir en campamentos improvisados que fueron montados en los parques y terrenos baldíos de la periferia.
Quienes más pronto se acostumbraron a esa situación fueron los niños que sin importar su origen se divertían jugando en medio de los matorrales y los barrancos que rodean la ciudad. Entre ellos, un Mario Monteforte Toledo de 6 años empezaba a explorar su mundo, lejos de las comodidades de un hogar de clase media alta.
Estas circunstancias llevaron al futuro escritor a indagar y profundizar en el estudio de las relaciones sociales a las que estaba acostumbrado. Fue educado por un padre de origen italiano y una madre cuya ascendencia incluía a varios funcionarios públicos. Ello explicaría el rumbo literario y profesional de Monteforte, quien siempre recurrió a describir las grietas de la desigualdad, tanto en su obra artística como la científica.
Los terremotos sacaron a relucir también los vicios de la corrupción. El Diario de Centroamérica, para ese entonces un medio independiente, criticaba la falta de respuesta del gobierno de Manuel Estrada Cabrera ante la crisis y al exceso de lujo de una minoría privilegiada. Cinco años después de la tragedia, los escombros en la vía pública aún permanecías inamovibles.
El príncipe Guillermo de Suecia escribió un libro sobre la región, luego de visitar el país en 1920, en donde describe el mal estado en que para ese año aún permanecía en las calles. En él también menciona que los fondos en efectivo de la ayuda internacional engrosaron la fortuna de Estrada Cabrera y funcionarios de su gobierno. Se hicieron de cuantiosas ganancias vendiendo en Honduras las provisiones donadas para atender la emergencia.
Frente a esto, un adolescente de nombre Miguel Ángel Asturias empezaba a esbozar su cuento Los Mendigos Políticos que le sirvió de base para su posterior novela El Señor Presidente terminada en las década de los treinta, pero publicada en 1948. En una entrevista de 1970, Asturias cuenta como una densa nube de polvo cubrió la luz de luna, otorgándole un aire aún más desolador a la situación. Probablemente por ello, la sensación lúgubre de las tinieblas y la penumbra permanece a lo largo de toda la trama de dicho relato.
La tragedia mereció un sentido poema del peruano José Santos Chocano, quien residió en Guatemala por muchos años, en el que hace referencia a la Primera Guerra Mundial cuyo terror hizo que la tierra cansada se sacudiera en un territorio neutral. “Desplomose, de súbito, estrepitosamente/Una ciudad tranquila de América inocente”.
Mientras que Enrique Gómez Carrillo, quien vivía en Europa como diplomático y cuyos textos prácticamente se dedicaban a describir sus viajes por el viejo continente, se tomó un respiro para lamentar los hechos y añorar el hogar. “Sin embargo, mi deseo de volver (…) me atormenta tanto como antes. Después de orar en el sepulcro de mi madre, rezaré ante la tumba de la ciudad entera”, sentenció el príncipe de los cronistas.
(Para mayores referencias: https://goo.gl/cwmgj6)