Cuando era niña, Susana Arrechea acumulaba calificaciones en rojo y estaba convencida de que las matemáticas no eran para ella… hasta que una maestra la retó a superarse. Ese desafío marcó el inicio de una transformación que la llevaría a descubrir su verdadero potencial. Criada entre Ciudad Quetzal y la colonia El Milagro, en un entorno con limitaciones económicas y sociales, desafió las estadísticas y se abrió paso hasta convertirse en una investigadora reconocida internacionalmente en energía solar y nanotecnología. En esta entrevista, Arrechea comparte cómo pasó de temerle a los números a impulsar proyectos que llevan tecnología de vanguardia a comunidades rurales.
¿Creció en la colonia El Milagro?
— Sí, crecí ahí, mis abuelos eran quienes vivían en la colonia. Yo viví unos años con ellos. Crecí entre Ciudad Quetzal y El Milagro. Parte de mi infancia la pasé en un lugar que se llama La Económica, cerca de San Juan Sacatepéquez.
¿Cómo recuerda esos primeros años y cómo influyeron en su vocación científica?
— Pasar mucho tiempo con mi abuela, jugando con ella y mis primos. Fue una experiencia fundamental en mi infancia. Ese tiempo me permitió desarrollar curiosidad y explorar el mundo, algo clave para la ciencia. Además, tener como modelo a seguir a mis tíos, quienes fueron la primera generación de la familia en graduarse de la universidad. Fue muy inspirador. Otra influencia importante fue mi maestra de Matemáticas, Elsa Izquierdo. Yo pensaba que era mala en la asignatura y me iba mal en primaria, pero ella nos retó con un ‘ustedes pueden, propónganselo’. Su exigencia me hizo darme cuenta de que con esfuerzo sí podía mejorar.
Tiene un solo hermano, ¿a qué se dedica?
— Sí, somos dos. Mi hermano siguió la carrera militar; terminó la universidad y entró a la escuela naval tras un año en la Politécnica.
¿La USAC siempre fue su primera opción?
— Sí, a mí ni siquiera se me ocurrió otra opción. En primer lugar, toda mi familia siempre había sido egresada de San Carlos: mis tíos, mi papá y mi mamá, que también trabajaba en la universidad. Entonces había una inclinación muy fuerte hacia la San Carlos. No sabía que existían becas para otras universidades, así que nunca lo vi como opción. También sabía que el tema económico era una limitación.
Viniendo usted de un área considerada como “roja”, ¿cómo era la calidad educativa?
— Estudié en colegios cerca de la aldea, donde la calidad depende mucho del profesor. Hay docentes motivados e inspiradores sin importar el lugar, pero también otros que carecen de esa motivación. Por eso, aunque una buena base es importante, la motivación a esa edad vale más que el conocimiento; el resto se puede aprender por cuenta propia. Por ejemplo, cuando entré a Ingeniería, pasé mucho tiempo en la biblioteca. Me fue muy mal en mi primer parcial y quería mejorar. Cuando fui a España me pasó algo similar: yo venía de Ingeniería Química, más centrada en procesos, y llegué a un lugar más enfocado en Química Orgánica, que era una materia que me había costado mucho, incluso había tenido que repetir en la universidad. Lo que hice fue estudiar […] la motivación es clave para salir adelante.
¿De dónde cree que viene su inspiración para su carrera profesional?
— Creo que mi inspiración vino de mi familia. Mi papá era médico. Atendía con mucho corazón en el centro de salud de Ciudad Quetzal y en su clínica, cobrando solo cinco quetzales por persona. Ese ejemplo de servicio moldeó mi forma de ver el mundo. Con el tiempo, al regresar a España y reflexionar sobre mis raíces, desarrollé una conciencia más social y comprendí mejor la realidad de Guatemala. Las becas también jugaron un papel fundamental en mi vida, ya que me permitieron estudiar bachillerato en un colegio más céntrico, como el IMB PC en zona 7. Esto amplió mis oportunidades y motivaciones para seguir adelante.
Su papá era médico, ¿por qué estudió en Ciudad Quetzal y El Milagro, y no en colegios más céntricos?
— Mis papás no tenían tantos recursos. Mi papá emigró a Estados Unidos y trabajó seis meses allá. Luego regresó para poder pagar su carrera de médico. En su clínica, cobraba apenas Q5 por consulta. Mi mamá trabajaba y estudiaba al mismo tiempo. Nosotros viajábamos en moto los cuatro: mi hermano, mi mamá, mi papá y yo. Recuerdo que cuando tenía cuatro o cinco años, compraron un carro, pero mi mamá seguía yendo a trabajar en bus. Yo también me moví en transporte público desde Ciudad Quetzal.
¿En qué trabajaba su mamá?
— Al principio, ella trabajó como secretaria en la Universidad de San Carlos, y siguió estudiando. Se graduó en Psicología y comenzó a trabajar como profesional. Cuando yo tenía unos 12 o 13 años, ella ya estaba en mejores trabajos.
¿A qué edad falleció su papá?
— Tenía 53 años. Yo tenía 21 años y estaba en la universidad.
¿Ese evento marcó su vida?
— Sí, definitivamente. Cuando era pequeña, mi papá tenía mucho tiempo disponible. Él trabajaba, pero no era una persona cuyo objetivo principal fuera hacer dinero, sino disfrutar la vida.
¿Cómo era la relación con su papá durante la infancia y adolescencia?
— Él tenía tiempo para jugar con nosotros. Era súper relajado. Mi mamá era un poco más exigente. Toda mi infancia la recuerdo jugando mucho con él. Su muerte fue un proceso difícil. Mi carrera de Ingeniería dura cinco años de cursos más un año de tesis/EPS. Adelanté cursos y finalicé la parte académica en cuatro años, pero me atrasé en el EPS: en lugar de un año, me tomó un año y medio. Durante ese proceso, estuve seis meses sin avanzar debido al fallecimiento de mi papá. Sentía mucho que no pudiera estar en mi graduación. Me hubiera gustado que fuera mi padrino. Podía tener dos padrinos y decidí que fuera solo mi mamá, porque realmente quería que el espacio lo ocupara mi papá, pero no pudo ser.
¿Conoce su coeficiente intelectual? ¿A qué atribuye su éxito?
— Lo medí cuando empecé la universidad, salió alto, pero no súper alto. Creo que el éxito lo marco en el esfuerzo, en los sacrificios que uno hace. Por ejemplo, entré a la universidad a los 16 años, y mis amigos me invitaban a ir al cine o a jugar, pero yo tenía que estudiar. Esos pequeños sacrificios han sido clave. Pero también creo que es importante que los jóvenes encuentren un balance, porque no es bueno estar enfocado solo en lo académico y olvidar todo lo demás.
¿Sacrificó su vida sentimental por sus estudios?
— Sí y no. Cuando me fui a España tenía un novio, pero mi prioridad era estudiar. Años después cuando terminé el doctorado, conocí a mi esposo, y sentí que era momento para dar el siguiente paso, formar una familia. No tuvimos hijos los primeros cinco años, pero para mí ese era el momento adecuado. Conozco jóvenes que han empezado familias antes de graduarse, cada quien decide su historia. Para mí, terminar el doctorado era importante, y ahora el tiempo que dedico a mis hijos es muy valioso y mi prioridad.
¿Su esposo también es académico?
— Sí, lo conocí en la Universidad de California, Berkeley. Él es de Michigan. Trabajamos en el tema de centros comunitarios digitales, proveyendo energía y conectividad a comunidades rurales.
¿En qué momento aprendió inglés?
— Desde los 12 años empecé a estudiar en Calusac. Luego practiqué mucho viviendo con chicas estadounidenses en España. Al inicio tenía miedo de hablar, ganar confianza fue clave. Los guatemaltecos a veces sienten pena, pero superar eso y practicar es esencial.
¿Cómo recuerda sus años estudiando ingeniería, una carrera con pocas mujeres?
— Cuando fui a España, y luego regresé a dar clases e investigar, me di cuenta de las desigualdades en ingeniería, especialmente la falta de motivación para que las niñas estudien ciencias. Desde la infancia, las niñas ya creen que no son buenas en Matemáticas y que la ingeniería no es para ellas […] ese despertar me hizo ver que la desigualdad no es natural, sino el resultado de roles impuestos desde la infancia.
¿Actualmente reside en Estados Unidos?
— Sí, en el norte de California, en el área de la bahía de San Francisco; cerca de Berkeley. Trabajo para New Sun Road. Además de ser cofundadora de New Sun Road Guatemala, formo parte del equipo desde aquí. Actualmente, estoy de licencia de maternidad desde abril. He estado cuidando a mis hijos y trabajando en proyectos personales, como libros de actividades para niñas en STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés) y libros de desarrollo visual para bebés que están en Amazon.
¿Podría contarnos más sobre los libros?
— Tengo tres libros en blanco y negro con imágenes grandes y sencillas para el desarrollo visual de bebés de 0 a 4 meses, disponibles en formato digital para imprimir en casa sin costo. Además, creé un libro de actividades para niñas de 2 a 6 años que combina unicornios y carreras científicas, con 24 páginas para pintar y aprender sobre programación y laboratorios, usando colores vivos y rosados.
¿Son estos libros un proyecto personal o comercial?
— Lo hice para mis hijas, pero está a la venta comercial en Amazon, para que cualquiera pueda comprarlo.
¿Cómo logra el balance entre sus tres hijos y su trabajo profesional?
— Me ayuda el que mi esposo trabaja bastante en el hogar. Él cocina y cuida mucho a las niñas; hacemos turnos. Mi prioridad son mis hijos porque el desarrollo cerebral es del 80 % de 0 a 6 años. Esos años son valiosos, por eso busco ese balance.
¿Cuáles son sus sueños para sus hijos y qué edades tienen?
— Tienen 5 y 3 años. Mi bebé tiene dos meses. Me importa que aprendan a regular sus sentimientos y se sientan libres. Que no tengan limitaciones. Que sean buenas personas y que sean felices.
¿Su experiencia internacional ha moldeado su visión sobre la crianza de sus hijos?
— Crecí en una familia conservadora en Guatemala, pero vivir en otros países amplió mi visión y me enseñó a valorar la diversidad cultural. Aunque fui criada en una iglesia evangélica, en España compartí con personas de distintas religiones y nacionalidades, descubriendo valores comunes. Deseo ser conservadora para mis hijos, pero respeto la libertad individual. Mi esposo y yo queremos que crezcan con amor, respeto y sin imposiciones rígidas.
¿En qué momento sintió que sus premios le abrieron nuevas oportunidades?
— El primer premio fue “Guatemaltecos Ilustres”. Me dio mucha visibilidad en 2017. Eso atrajo más personas interesadas en lo que hacía. Fue como abrir una puerta que llevó a otras. Recuerdo que estudié en España con la beca Fundación Carolina, apenas alcanzaba para lo básico, a veces hasta con zapatos rotos. Y luego, en 2024, recibí un premio en un hotel cinco estrellas con los reyes de España. Esa experiencia me hizo darme cuenta de lo lejos que había llegado, algo que aún me cuesta creer.
¿Aún tiene retos profesionales por cumplir?
— Sí, hay mucho más por hacer. Actualmente, trabajamos en proyectos para llevar energía solar a comunidades rurales. Además, me apasiona promover las carreras científicas para niñas, niños y jóvenes, especialmente en STEM.
¿Puede explicar cómo aplica la nanotecnología en sus proyectos eléctricos?
— Actualmente, no aplico nanotecnología directamente en mi proyecto, pero el Doctorado me aportó pensamiento crítico y análisis valiosos.
¿Hay científicos guatemaltecos trabajando en nanotecnología?
— Sí, hay guatemaltecos haciendo investigaciones destacadas, como una amiga, en Francia, con microscopios nanométricos y otra en California, con nanopartículas contra el cáncer. Mi trabajo fue con nanomateriales para células solares flexibles y transparentes, que pueden colocarse en ventanas o transportarse fácilmente.
¿Podría contarnos más sobre su trabajo de laboratorio durante el doctorado?
— Diseñé y sintetizé moléculas, publicando 10 trabajos en Química Orgánica. Con apoyo de Fulbright, apliqué tecnología solar en comunidades rurales, integrando aspectos sociales y técnicos. Además, trabajé en Guatemala con nanopartículas para mejorar materiales de cemento.
¿Es muy cara la nanotecnología para áreas rurales?
— Sí, todavía es muy cara y no viable para su uso en áreas rurales.
¿Se puede mejorar el almacenamiento de energía en baterías para energía solar?
— Sí, ese es el principal foco ahora en Estados Unidos. Las empresas que desarrollan baterías de almacenamiento están teniendo más éxito que las que solo hacen paneles solares.
¿Podría explicar cómo funciona el sistema que desarrollan en Estados Unidos y Guatemala?
— Trabajamos con paneles solares, baterías y microrredes conectadas, controladas por un software con inteligencia artificial. Este software gestiona energía según el clima y combina fuentes renovables, ideal para empresas con múltiples redes. Un cliente guatemalteco usa nuestro sistema para monitorear y controlar energía en cientos de torres de telecomunicaciones en Latinoamérica.
¿Cómo se priorizan los consumos de energía en estos sistemas?
— Se configuran circuitos separados para diferentes usos: computadoras, luces, aulas, etc. En días nublados o lluviosos, se priorizan equipos esenciales, como refrigeradores que almacenan productos importantes. El sistema puede controlarse remotamente y se ajusta automáticamente mediante inteligencia artificial para optimizar el uso.
¿Hay ejemplos de implementación de esta tecnología en Estados Unidos?
— Sí, por ejemplo, en California hubo incendios devastadores. En lugar de usar cableado tradicional que puede causar chispas, se instalaron microrredes solares aisladas con baterías y nuestro software de control. Se firmó un compromiso para instalar 500 microrredes en zonas de riesgo durante cinco años, y somos los proveedores exclusivos de su software.
¿Podría explicar qué son exactamente estas microrredes?
— Son sistemas aislados de paneles solares conectados a baterías y sensores, que proveen energía a comunidades o grupos de casas distantes. Estas microrredes evitan el uso de cables de alta tensión que pueden generar chispas y causar incendios.
¿Esta tecnología se está usando en Latinoamérica?
— Sí, en Latinoamérica trabajamos con torres de telecomunicaciones que antes usaban solo diésel y ahora combinan diésel con energía solar. Nuestro software facilita esta transición y permite monitorear sistemas complejos en diferentes ubicaciones. También se están implementando en comunidades rurales de Guatemala.
¿El modelo de trabajo en Guatemala es sostenible?
— Necesitamos cambiar el modelo para hacerlo sostenible. El programa está muy enfocado en la comunidad. Ahora trabajamos con comités de lideresas, principalmente mujeres, que organizan y manejan el centro comunitario.
¿Por qué trabajar con grupos de mujeres?
— Porque suelen mantenerse más tiempo en la comunidad y pueden generar ingresos adicionales. Ellas usan el centro para ofrecer servicios como café internet, recarga de teléfonos y acceso a internet, en comunidades sin energía.
¿Han visto resultados positivos en las comunidades?
— Sí, hemos visto que funciona para el desarrollo comunitario. Por ejemplo, los jóvenes que apenas tenían educación básica ahora manejan computadoras y estudian a distancia.
¿A cuántas personas han impactado con estos programas?
— Hemos impactado unas 30 comunidades y alrededor de 14 000 personas con capacitaciones.
Cuando era niña, Susana Arrechea acumulaba calificaciones en rojo y estaba convencida de que las matemáticas no eran para ella… hasta que una maestra la retó a superarse. Ese desafío marcó el inicio de una transformación que la llevaría a descubrir su verdadero potencial. Criada entre Ciudad Quetzal y la colonia El Milagro, en un entorno con limitaciones económicas y sociales, desafió las estadísticas y se abrió paso hasta convertirse en una investigadora reconocida internacionalmente en energía solar y nanotecnología. En esta entrevista, Arrechea comparte cómo pasó de temerle a los números a impulsar proyectos que llevan tecnología de vanguardia a comunidades rurales.
¿Creció en la colonia El Milagro?
— Sí, crecí ahí, mis abuelos eran quienes vivían en la colonia. Yo viví unos años con ellos. Crecí entre Ciudad Quetzal y El Milagro. Parte de mi infancia la pasé en un lugar que se llama La Económica, cerca de San Juan Sacatepéquez.
¿Cómo recuerda esos primeros años y cómo influyeron en su vocación científica?
— Pasar mucho tiempo con mi abuela, jugando con ella y mis primos. Fue una experiencia fundamental en mi infancia. Ese tiempo me permitió desarrollar curiosidad y explorar el mundo, algo clave para la ciencia. Además, tener como modelo a seguir a mis tíos, quienes fueron la primera generación de la familia en graduarse de la universidad. Fue muy inspirador. Otra influencia importante fue mi maestra de Matemáticas, Elsa Izquierdo. Yo pensaba que era mala en la asignatura y me iba mal en primaria, pero ella nos retó con un ‘ustedes pueden, propónganselo’. Su exigencia me hizo darme cuenta de que con esfuerzo sí podía mejorar.
Tiene un solo hermano, ¿a qué se dedica?
— Sí, somos dos. Mi hermano siguió la carrera militar; terminó la universidad y entró a la escuela naval tras un año en la Politécnica.
¿La USAC siempre fue su primera opción?
— Sí, a mí ni siquiera se me ocurrió otra opción. En primer lugar, toda mi familia siempre había sido egresada de San Carlos: mis tíos, mi papá y mi mamá, que también trabajaba en la universidad. Entonces había una inclinación muy fuerte hacia la San Carlos. No sabía que existían becas para otras universidades, así que nunca lo vi como opción. También sabía que el tema económico era una limitación.
Viniendo usted de un área considerada como “roja”, ¿cómo era la calidad educativa?
— Estudié en colegios cerca de la aldea, donde la calidad depende mucho del profesor. Hay docentes motivados e inspiradores sin importar el lugar, pero también otros que carecen de esa motivación. Por eso, aunque una buena base es importante, la motivación a esa edad vale más que el conocimiento; el resto se puede aprender por cuenta propia. Por ejemplo, cuando entré a Ingeniería, pasé mucho tiempo en la biblioteca. Me fue muy mal en mi primer parcial y quería mejorar. Cuando fui a España me pasó algo similar: yo venía de Ingeniería Química, más centrada en procesos, y llegué a un lugar más enfocado en Química Orgánica, que era una materia que me había costado mucho, incluso había tenido que repetir en la universidad. Lo que hice fue estudiar […] la motivación es clave para salir adelante.
¿De dónde cree que viene su inspiración para su carrera profesional?
— Creo que mi inspiración vino de mi familia. Mi papá era médico. Atendía con mucho corazón en el centro de salud de Ciudad Quetzal y en su clínica, cobrando solo cinco quetzales por persona. Ese ejemplo de servicio moldeó mi forma de ver el mundo. Con el tiempo, al regresar a España y reflexionar sobre mis raíces, desarrollé una conciencia más social y comprendí mejor la realidad de Guatemala. Las becas también jugaron un papel fundamental en mi vida, ya que me permitieron estudiar bachillerato en un colegio más céntrico, como el IMB PC en zona 7. Esto amplió mis oportunidades y motivaciones para seguir adelante.
Su papá era médico, ¿por qué estudió en Ciudad Quetzal y El Milagro, y no en colegios más céntricos?
— Mis papás no tenían tantos recursos. Mi papá emigró a Estados Unidos y trabajó seis meses allá. Luego regresó para poder pagar su carrera de médico. En su clínica, cobraba apenas Q5 por consulta. Mi mamá trabajaba y estudiaba al mismo tiempo. Nosotros viajábamos en moto los cuatro: mi hermano, mi mamá, mi papá y yo. Recuerdo que cuando tenía cuatro o cinco años, compraron un carro, pero mi mamá seguía yendo a trabajar en bus. Yo también me moví en transporte público desde Ciudad Quetzal.
¿En qué trabajaba su mamá?
— Al principio, ella trabajó como secretaria en la Universidad de San Carlos, y siguió estudiando. Se graduó en Psicología y comenzó a trabajar como profesional. Cuando yo tenía unos 12 o 13 años, ella ya estaba en mejores trabajos.
¿A qué edad falleció su papá?
— Tenía 53 años. Yo tenía 21 años y estaba en la universidad.
¿Ese evento marcó su vida?
— Sí, definitivamente. Cuando era pequeña, mi papá tenía mucho tiempo disponible. Él trabajaba, pero no era una persona cuyo objetivo principal fuera hacer dinero, sino disfrutar la vida.
¿Cómo era la relación con su papá durante la infancia y adolescencia?
— Él tenía tiempo para jugar con nosotros. Era súper relajado. Mi mamá era un poco más exigente. Toda mi infancia la recuerdo jugando mucho con él. Su muerte fue un proceso difícil. Mi carrera de Ingeniería dura cinco años de cursos más un año de tesis/EPS. Adelanté cursos y finalicé la parte académica en cuatro años, pero me atrasé en el EPS: en lugar de un año, me tomó un año y medio. Durante ese proceso, estuve seis meses sin avanzar debido al fallecimiento de mi papá. Sentía mucho que no pudiera estar en mi graduación. Me hubiera gustado que fuera mi padrino. Podía tener dos padrinos y decidí que fuera solo mi mamá, porque realmente quería que el espacio lo ocupara mi papá, pero no pudo ser.
¿Conoce su coeficiente intelectual? ¿A qué atribuye su éxito?
— Lo medí cuando empecé la universidad, salió alto, pero no súper alto. Creo que el éxito lo marco en el esfuerzo, en los sacrificios que uno hace. Por ejemplo, entré a la universidad a los 16 años, y mis amigos me invitaban a ir al cine o a jugar, pero yo tenía que estudiar. Esos pequeños sacrificios han sido clave. Pero también creo que es importante que los jóvenes encuentren un balance, porque no es bueno estar enfocado solo en lo académico y olvidar todo lo demás.
¿Sacrificó su vida sentimental por sus estudios?
— Sí y no. Cuando me fui a España tenía un novio, pero mi prioridad era estudiar. Años después cuando terminé el doctorado, conocí a mi esposo, y sentí que era momento para dar el siguiente paso, formar una familia. No tuvimos hijos los primeros cinco años, pero para mí ese era el momento adecuado. Conozco jóvenes que han empezado familias antes de graduarse, cada quien decide su historia. Para mí, terminar el doctorado era importante, y ahora el tiempo que dedico a mis hijos es muy valioso y mi prioridad.
¿Su esposo también es académico?
— Sí, lo conocí en la Universidad de California, Berkeley. Él es de Michigan. Trabajamos en el tema de centros comunitarios digitales, proveyendo energía y conectividad a comunidades rurales.
¿En qué momento aprendió inglés?
— Desde los 12 años empecé a estudiar en Calusac. Luego practiqué mucho viviendo con chicas estadounidenses en España. Al inicio tenía miedo de hablar, ganar confianza fue clave. Los guatemaltecos a veces sienten pena, pero superar eso y practicar es esencial.
¿Cómo recuerda sus años estudiando ingeniería, una carrera con pocas mujeres?
— Cuando fui a España, y luego regresé a dar clases e investigar, me di cuenta de las desigualdades en ingeniería, especialmente la falta de motivación para que las niñas estudien ciencias. Desde la infancia, las niñas ya creen que no son buenas en Matemáticas y que la ingeniería no es para ellas […] ese despertar me hizo ver que la desigualdad no es natural, sino el resultado de roles impuestos desde la infancia.
¿Actualmente reside en Estados Unidos?
— Sí, en el norte de California, en el área de la bahía de San Francisco; cerca de Berkeley. Trabajo para New Sun Road. Además de ser cofundadora de New Sun Road Guatemala, formo parte del equipo desde aquí. Actualmente, estoy de licencia de maternidad desde abril. He estado cuidando a mis hijos y trabajando en proyectos personales, como libros de actividades para niñas en STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés) y libros de desarrollo visual para bebés que están en Amazon.
¿Podría contarnos más sobre los libros?
— Tengo tres libros en blanco y negro con imágenes grandes y sencillas para el desarrollo visual de bebés de 0 a 4 meses, disponibles en formato digital para imprimir en casa sin costo. Además, creé un libro de actividades para niñas de 2 a 6 años que combina unicornios y carreras científicas, con 24 páginas para pintar y aprender sobre programación y laboratorios, usando colores vivos y rosados.
¿Son estos libros un proyecto personal o comercial?
— Lo hice para mis hijas, pero está a la venta comercial en Amazon, para que cualquiera pueda comprarlo.
¿Cómo logra el balance entre sus tres hijos y su trabajo profesional?
— Me ayuda el que mi esposo trabaja bastante en el hogar. Él cocina y cuida mucho a las niñas; hacemos turnos. Mi prioridad son mis hijos porque el desarrollo cerebral es del 80 % de 0 a 6 años. Esos años son valiosos, por eso busco ese balance.
¿Cuáles son sus sueños para sus hijos y qué edades tienen?
— Tienen 5 y 3 años. Mi bebé tiene dos meses. Me importa que aprendan a regular sus sentimientos y se sientan libres. Que no tengan limitaciones. Que sean buenas personas y que sean felices.
¿Su experiencia internacional ha moldeado su visión sobre la crianza de sus hijos?
— Crecí en una familia conservadora en Guatemala, pero vivir en otros países amplió mi visión y me enseñó a valorar la diversidad cultural. Aunque fui criada en una iglesia evangélica, en España compartí con personas de distintas religiones y nacionalidades, descubriendo valores comunes. Deseo ser conservadora para mis hijos, pero respeto la libertad individual. Mi esposo y yo queremos que crezcan con amor, respeto y sin imposiciones rígidas.
¿En qué momento sintió que sus premios le abrieron nuevas oportunidades?
— El primer premio fue “Guatemaltecos Ilustres”. Me dio mucha visibilidad en 2017. Eso atrajo más personas interesadas en lo que hacía. Fue como abrir una puerta que llevó a otras. Recuerdo que estudié en España con la beca Fundación Carolina, apenas alcanzaba para lo básico, a veces hasta con zapatos rotos. Y luego, en 2024, recibí un premio en un hotel cinco estrellas con los reyes de España. Esa experiencia me hizo darme cuenta de lo lejos que había llegado, algo que aún me cuesta creer.
¿Aún tiene retos profesionales por cumplir?
— Sí, hay mucho más por hacer. Actualmente, trabajamos en proyectos para llevar energía solar a comunidades rurales. Además, me apasiona promover las carreras científicas para niñas, niños y jóvenes, especialmente en STEM.
¿Puede explicar cómo aplica la nanotecnología en sus proyectos eléctricos?
— Actualmente, no aplico nanotecnología directamente en mi proyecto, pero el Doctorado me aportó pensamiento crítico y análisis valiosos.
¿Hay científicos guatemaltecos trabajando en nanotecnología?
— Sí, hay guatemaltecos haciendo investigaciones destacadas, como una amiga, en Francia, con microscopios nanométricos y otra en California, con nanopartículas contra el cáncer. Mi trabajo fue con nanomateriales para células solares flexibles y transparentes, que pueden colocarse en ventanas o transportarse fácilmente.
¿Podría contarnos más sobre su trabajo de laboratorio durante el doctorado?
— Diseñé y sintetizé moléculas, publicando 10 trabajos en Química Orgánica. Con apoyo de Fulbright, apliqué tecnología solar en comunidades rurales, integrando aspectos sociales y técnicos. Además, trabajé en Guatemala con nanopartículas para mejorar materiales de cemento.
¿Es muy cara la nanotecnología para áreas rurales?
— Sí, todavía es muy cara y no viable para su uso en áreas rurales.
¿Se puede mejorar el almacenamiento de energía en baterías para energía solar?
— Sí, ese es el principal foco ahora en Estados Unidos. Las empresas que desarrollan baterías de almacenamiento están teniendo más éxito que las que solo hacen paneles solares.
¿Podría explicar cómo funciona el sistema que desarrollan en Estados Unidos y Guatemala?
— Trabajamos con paneles solares, baterías y microrredes conectadas, controladas por un software con inteligencia artificial. Este software gestiona energía según el clima y combina fuentes renovables, ideal para empresas con múltiples redes. Un cliente guatemalteco usa nuestro sistema para monitorear y controlar energía en cientos de torres de telecomunicaciones en Latinoamérica.
¿Cómo se priorizan los consumos de energía en estos sistemas?
— Se configuran circuitos separados para diferentes usos: computadoras, luces, aulas, etc. En días nublados o lluviosos, se priorizan equipos esenciales, como refrigeradores que almacenan productos importantes. El sistema puede controlarse remotamente y se ajusta automáticamente mediante inteligencia artificial para optimizar el uso.
¿Hay ejemplos de implementación de esta tecnología en Estados Unidos?
— Sí, por ejemplo, en California hubo incendios devastadores. En lugar de usar cableado tradicional que puede causar chispas, se instalaron microrredes solares aisladas con baterías y nuestro software de control. Se firmó un compromiso para instalar 500 microrredes en zonas de riesgo durante cinco años, y somos los proveedores exclusivos de su software.
¿Podría explicar qué son exactamente estas microrredes?
— Son sistemas aislados de paneles solares conectados a baterías y sensores, que proveen energía a comunidades o grupos de casas distantes. Estas microrredes evitan el uso de cables de alta tensión que pueden generar chispas y causar incendios.
¿Esta tecnología se está usando en Latinoamérica?
— Sí, en Latinoamérica trabajamos con torres de telecomunicaciones que antes usaban solo diésel y ahora combinan diésel con energía solar. Nuestro software facilita esta transición y permite monitorear sistemas complejos en diferentes ubicaciones. También se están implementando en comunidades rurales de Guatemala.
¿El modelo de trabajo en Guatemala es sostenible?
— Necesitamos cambiar el modelo para hacerlo sostenible. El programa está muy enfocado en la comunidad. Ahora trabajamos con comités de lideresas, principalmente mujeres, que organizan y manejan el centro comunitario.
¿Por qué trabajar con grupos de mujeres?
— Porque suelen mantenerse más tiempo en la comunidad y pueden generar ingresos adicionales. Ellas usan el centro para ofrecer servicios como café internet, recarga de teléfonos y acceso a internet, en comunidades sin energía.
¿Han visto resultados positivos en las comunidades?
— Sí, hemos visto que funciona para el desarrollo comunitario. Por ejemplo, los jóvenes que apenas tenían educación básica ahora manejan computadoras y estudian a distancia.
¿A cuántas personas han impactado con estos programas?
— Hemos impactado unas 30 comunidades y alrededor de 14 000 personas con capacitaciones.