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Psicólogo Ángelo Cipriani: “El alcohol no es la celebración”

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Alicia Utrera
07 de diciembre, 2025

En Guatemala, las luces navideñas empiezan a encenderse desde finales de octubre. Las calles huelen a ponche y pólvora; las familias se organizan para las posadas, los convivios se multiplican y la ciudad entera parece girar en torno a la promesa de celebración. Para muchos, es un tiempo de calidez y reencuentro. Sin embargo, para quienes viven con alcoholismo o están en proceso de recuperación, es una temporada que puede sentirse como un campo minado.

La alegría colectiva contrasta con una realidad íntima que pocos ven: diciembre puede convertirse en la prueba más dura del año. En estas semanas, la presión social, la nostalgia, los recuerdos y un entorno donde prácticamente cada actividad está atravesada por el alcohol pueden convertirse en detonantes poderosos para una recaída.

Ángelo Cipriani, psicólogo clínico experto en adicciones, describe esta época como un cruce peligroso entre tradición, emociones intensificadas y una normalización cultural del consumo. “Mucho de nuestra manera de celebrar está unida al alcohol”, señala. En Guatemala —agrega— el patrón es tan profundo que bautizos, bodas, primeras comuniones o convivios de oficina comparten la misma liturgia: levantar un vaso y brindar.

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No obstante, el problema no es el alcohol por sí mismo, sino la manera en que una persona con esta adicción enfrenta un calendario que parece diseñado para ponerla a prueba. En las fiestas, todos “se echan el trago”, todos beben “aunque sea un par”, y esa frase casual, casi inocente para otros, puede significar un riesgo grave para alguien que lucha por mantenerse sobrio.

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El disparador emocional de la melancolía

El último mes del año también tiene un lado silencioso, cargado de recuerdos que a veces duelen. Las sillas vacías, los balances personales, la nostalgia por quienes ya no están o las expectativas incumplidas pueden convertirse en los desencadenantes. “Unir una cultura que celebra con alcohol y unas fechas que pueden ser melancólicas es una combinación peligrosa”, detalla Cipriani.

Para muchas personas, beber se convierte en una herramienta para adormecer emociones difíciles. La tristeza, la ansiedad o el estrés pueden empujar a la búsqueda de ese escape rápido que representa el alcohol, aun cuando la persona sabe que ese camino suele terminar en espiral. A veces, la recaída empieza en silencio: un mal día, un comentario hiriente, una discusión familiar, un momento de soledad. Otras veces es la autojustificación la que abre la puerta: “solo serán dos cervezas”, “es Navidad, una vez al año está bien”, “todos toman, nadie se dará cuenta”.

Las señales que anticipan la recaída

 Antes de que ocurra un desliz, el cuerpo y la mente ya muestran señales que, si se presta atención, pueden funcionar como advertencia. El aislamiento es una de las primeras. La persona evita convivios, evita reuniones con su red de apoyo, se encierra. No es un aislamiento saludable, sino uno marcado por irritabilidad, estrés y deseos de evadir interacción. Hay otros signos igual de importantes tales como: buscar eventos donde el alcohol será protagonista o minimizar el riesgo de asistir a ellos. “lo que para la mayoría es común —un brindis, un trago, unas cervezas— no significa que sea normal”, enfatiza Cipriani. Y cada caso es distinto.

 “No existe una regla universal sobre si una persona en recuperación debe o no asistir a estas celebraciones”, explica el profesional. Algunos, después de muchos años sobrios, logran manejar ambientes donde hay alcohol sin sentir amenaza. Otros, incluso después de largo tiempo, prefieren mantenerse lejos porque saben que para ellos sigue siendo un peligro.

En ambos extremos, dice, la clave es la prudencia: reconocer con honestidad si se puede o no se puede. No desde la vergüenza, sino desde la autoconsciencia.

La prudencia como estrategia de supervivencia

Una de las recomendaciones principales para quienes deciden asistir a un evento con alcohol es no ir solos. De acuerdo con Cipriani, lo ideal sería acudir acompañados por alguien de su red de apoyo, una persona que conoce la historia, entiende los riesgos y puede intervenir si hay una crisis emocional. No se trata de que esa persona esté vigilando cada movimiento, sino de brindar estabilidad.

Cuando no es posible, la planificación se vuelve indispensable. Analizar previamente quiénes estarán, qué tipo de ambiente habrá, qué nivel de consumo suele darse en ese grupo y cuánta presión social puede surgir es una forma de anticiparse. “Prepararse mentalmente es tan importante como cualquier otra herramienta”. Además, planificar respuestas a situaciones incómodas —como cuando alguien insiste en ofrecer alcohol— puede reducir la ansiedad del momento. La presión social en Guatemala, advierte, no debe subestimarse. Por eso, tener un script interno que permita responder con claridad y sin confrontación puede marcar la diferencia.

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Hablar: la herramienta que más libera

Uno de los grandes errores es intentar esconder la situación. Fingir que se está tomando, tirar la bebida discretamente o evadir comentarios solo incrementa la ansiedad. Cipriani afirma que hablar del tema, normalizarlo y expresarlo abiertamente ayuda a reducir el estrés. Quedarse callado, en cambio, envía el mensaje —incluso a uno mismo— de que hay algo vergonzoso. “Hay que hablar del elefante en la habitación”. Cuando una persona expresa que está en recuperación, no solo se libera del peso interno, sino que facilita que el entorno se adapte, apoye o, al menos, deje de presionar. Guatemala, señala, ha cambiado: cada vez se aceptan más estilos de vida más sanos, el consumo cero y las bebidas sin alcohol. Pero el miedo a decir “no tomo” sigue siendo mayor que la reacción real que la mayoría tendrá. Muchas veces, la angustia está más en la cabeza que en el entorno.

Pequeñas herramientas para resistir el impulso

Cuando, en plena fiesta, llega una oleada de ganas intensas de beber, Cipriani recomienda una acción que puede salvar la noche: irse del lugar. No pelear con el impulso, no retarse a sí mismo, sino retirarse antes de cruzar una línea peligrosa. Hablar con alguien de la red de apoyo también ayuda. Exteriorizar el deseo disminuye el estrés interno. Y la respiración consciente es otra herramienta poderosa. La ansiedad acelera la actividad cerebral y genera hiperventilación; respirar lento y profundo ayuda a estabilizar el sistema nervioso. Finalmente, recordar por qué se está en recuperación es fundamental. Tener una lista —en el teléfono, en la billetera— con los motivos personales puede traer claridad en medio de la presión del momento.

Si ocurre una recaída: detener la culpa, observar y empezar de nuevo

Una recaída no define a la persona. No es una sentencia ni una identidad. Es un error que debe analizarse sin destruir la autoestima. La culpa excesiva es como una bola de nieve que crece hasta arrastrar con ella la posibilidad de retomar el camino. El primer paso es detenerse y observar: ¿qué detonó el consumo?, ¿qué situación lo antecedió?, ¿qué pudo haberse manejado distinto? Comprender la raíz permite reconstruir estrategias más efectivas. Luego, buscar al profesional o al grupo de apoyo es esencial para retomar el proceso. Ver el camino de la recuperación como un rompecabezas ayuda: algunas piezas se encuentran en terapia, otras en la experiencia, otras en la propia introspección. El objetivo no es que el proceso sea lineal, sino que, la caída sume herramientas nuevas.

El papel de la familia y la delgada línea entre apoyar y controlar

La familia no es responsable de la sobriedad del paciente, recalca Cipriani. Puede apoyar, acompañar, escuchar, ser un punto seguro. Pero no puede —ni debe— cargar con la responsabilidad de evitar que alguien beba. Convertirse en “policía del alcohol” solo alimenta relaciones codependientes que terminan dañando a ambas partes. Lo que sí puede hacer es evitar comentarios que ridiculicen o minimicen el proceso, abrir canales de comunicación y ofrecer acompañamiento físico o a la distancia cuando sea necesario. Pequeñas acciones ayudan a que la persona no se sienta sola. Pero, así como la persona en recuperación debe trabajar en sí misma, la familia también debe hacerlo. Debe reconocer qué está bajo su control y qué no, entender si sus propias conductas alimentan dinámicas dañinas y buscar apoyo profesional cuando haga falta. Porque las adicciones no afectan solo al individuo; atraviesan a los vínculos y desgastan la salud emocional de todo el entorno.

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Los riesgos, incluso para quienes no son alcohólicos

Las intoxicaciones etílicas, la deshidratación, los ataques de ansiedad y los accidentes de tránsito son consecuencias inmediatas del consumo excesivo que afectan tanto a quienes padecen adicción como a quienes no. La violencia, la pérdida del juicio y la impulsividad crecen con cada copa. A largo plazo, los daños son conocidos, pero igualmente ignorados: problemas hepáticos, cardiovasculares, digestivos, trastornos del sueño y dependencia. Por eso, incluso para quienes no viven con esta adicción, diciembre es un tiempo donde conviene recordar que el riesgo no desaparece solo porque “todos están tomando”.

Volver al centro: celebrar no es beber

En última instancia, Cipriani insiste en recuperar el sentido original de estas fechas: convivir, compartir, reencontrarse. “El alcohol no es el centro de la celebración”, afirma. Porque cuando se convierte en protagonista, la conexión humana desaparece. Recomienda normalizar actividades donde no se beba, promover bebidas sin alcohol y, sobre todo, actuar con prudencia. La sobriedad es un proceso largo, a veces solitario, a veces doloroso, pero profundamente valioso.

Y diciembre, con toda su carga emocional, puede convertirse en una amenaza o en una oportunidad para reforzar convicciones. Asimismo, planificar cuánto tiempo estar, con quién relacionarse, qué límites personales establecer y cómo regresar a casa tiene un impacto enorme. No solo protege la salud emocional y física, sino también su vida profesional y sus relaciones. Reduce impulsos, disminuye riesgos y evita que una noche se convierta en un problema mayor. La clave, según Cipriani, está en recordar que no siempre la decisión correcta será la más alegre. A veces, lo más valiente es elegir lo que se necesita por encima de lo que se desea. Especialmente en un país donde brindar parece una obligación y donde decir “no” exige tanta fuerza como resistir el primer trago.

Psicólogo Ángelo Cipriani: “El alcohol no es la celebración”

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Alicia Utrera
07 de diciembre, 2025

En Guatemala, las luces navideñas empiezan a encenderse desde finales de octubre. Las calles huelen a ponche y pólvora; las familias se organizan para las posadas, los convivios se multiplican y la ciudad entera parece girar en torno a la promesa de celebración. Para muchos, es un tiempo de calidez y reencuentro. Sin embargo, para quienes viven con alcoholismo o están en proceso de recuperación, es una temporada que puede sentirse como un campo minado.

La alegría colectiva contrasta con una realidad íntima que pocos ven: diciembre puede convertirse en la prueba más dura del año. En estas semanas, la presión social, la nostalgia, los recuerdos y un entorno donde prácticamente cada actividad está atravesada por el alcohol pueden convertirse en detonantes poderosos para una recaída.

Ángelo Cipriani, psicólogo clínico experto en adicciones, describe esta época como un cruce peligroso entre tradición, emociones intensificadas y una normalización cultural del consumo. “Mucho de nuestra manera de celebrar está unida al alcohol”, señala. En Guatemala —agrega— el patrón es tan profundo que bautizos, bodas, primeras comuniones o convivios de oficina comparten la misma liturgia: levantar un vaso y brindar.

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No obstante, el problema no es el alcohol por sí mismo, sino la manera en que una persona con esta adicción enfrenta un calendario que parece diseñado para ponerla a prueba. En las fiestas, todos “se echan el trago”, todos beben “aunque sea un par”, y esa frase casual, casi inocente para otros, puede significar un riesgo grave para alguien que lucha por mantenerse sobrio.

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El disparador emocional de la melancolía

El último mes del año también tiene un lado silencioso, cargado de recuerdos que a veces duelen. Las sillas vacías, los balances personales, la nostalgia por quienes ya no están o las expectativas incumplidas pueden convertirse en los desencadenantes. “Unir una cultura que celebra con alcohol y unas fechas que pueden ser melancólicas es una combinación peligrosa”, detalla Cipriani.

Para muchas personas, beber se convierte en una herramienta para adormecer emociones difíciles. La tristeza, la ansiedad o el estrés pueden empujar a la búsqueda de ese escape rápido que representa el alcohol, aun cuando la persona sabe que ese camino suele terminar en espiral. A veces, la recaída empieza en silencio: un mal día, un comentario hiriente, una discusión familiar, un momento de soledad. Otras veces es la autojustificación la que abre la puerta: “solo serán dos cervezas”, “es Navidad, una vez al año está bien”, “todos toman, nadie se dará cuenta”.

Las señales que anticipan la recaída

 Antes de que ocurra un desliz, el cuerpo y la mente ya muestran señales que, si se presta atención, pueden funcionar como advertencia. El aislamiento es una de las primeras. La persona evita convivios, evita reuniones con su red de apoyo, se encierra. No es un aislamiento saludable, sino uno marcado por irritabilidad, estrés y deseos de evadir interacción. Hay otros signos igual de importantes tales como: buscar eventos donde el alcohol será protagonista o minimizar el riesgo de asistir a ellos. “lo que para la mayoría es común —un brindis, un trago, unas cervezas— no significa que sea normal”, enfatiza Cipriani. Y cada caso es distinto.

 “No existe una regla universal sobre si una persona en recuperación debe o no asistir a estas celebraciones”, explica el profesional. Algunos, después de muchos años sobrios, logran manejar ambientes donde hay alcohol sin sentir amenaza. Otros, incluso después de largo tiempo, prefieren mantenerse lejos porque saben que para ellos sigue siendo un peligro.

En ambos extremos, dice, la clave es la prudencia: reconocer con honestidad si se puede o no se puede. No desde la vergüenza, sino desde la autoconsciencia.

La prudencia como estrategia de supervivencia

Una de las recomendaciones principales para quienes deciden asistir a un evento con alcohol es no ir solos. De acuerdo con Cipriani, lo ideal sería acudir acompañados por alguien de su red de apoyo, una persona que conoce la historia, entiende los riesgos y puede intervenir si hay una crisis emocional. No se trata de que esa persona esté vigilando cada movimiento, sino de brindar estabilidad.

Cuando no es posible, la planificación se vuelve indispensable. Analizar previamente quiénes estarán, qué tipo de ambiente habrá, qué nivel de consumo suele darse en ese grupo y cuánta presión social puede surgir es una forma de anticiparse. “Prepararse mentalmente es tan importante como cualquier otra herramienta”. Además, planificar respuestas a situaciones incómodas —como cuando alguien insiste en ofrecer alcohol— puede reducir la ansiedad del momento. La presión social en Guatemala, advierte, no debe subestimarse. Por eso, tener un script interno que permita responder con claridad y sin confrontación puede marcar la diferencia.

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Hablar: la herramienta que más libera

Uno de los grandes errores es intentar esconder la situación. Fingir que se está tomando, tirar la bebida discretamente o evadir comentarios solo incrementa la ansiedad. Cipriani afirma que hablar del tema, normalizarlo y expresarlo abiertamente ayuda a reducir el estrés. Quedarse callado, en cambio, envía el mensaje —incluso a uno mismo— de que hay algo vergonzoso. “Hay que hablar del elefante en la habitación”. Cuando una persona expresa que está en recuperación, no solo se libera del peso interno, sino que facilita que el entorno se adapte, apoye o, al menos, deje de presionar. Guatemala, señala, ha cambiado: cada vez se aceptan más estilos de vida más sanos, el consumo cero y las bebidas sin alcohol. Pero el miedo a decir “no tomo” sigue siendo mayor que la reacción real que la mayoría tendrá. Muchas veces, la angustia está más en la cabeza que en el entorno.

Pequeñas herramientas para resistir el impulso

Cuando, en plena fiesta, llega una oleada de ganas intensas de beber, Cipriani recomienda una acción que puede salvar la noche: irse del lugar. No pelear con el impulso, no retarse a sí mismo, sino retirarse antes de cruzar una línea peligrosa. Hablar con alguien de la red de apoyo también ayuda. Exteriorizar el deseo disminuye el estrés interno. Y la respiración consciente es otra herramienta poderosa. La ansiedad acelera la actividad cerebral y genera hiperventilación; respirar lento y profundo ayuda a estabilizar el sistema nervioso. Finalmente, recordar por qué se está en recuperación es fundamental. Tener una lista —en el teléfono, en la billetera— con los motivos personales puede traer claridad en medio de la presión del momento.

Si ocurre una recaída: detener la culpa, observar y empezar de nuevo

Una recaída no define a la persona. No es una sentencia ni una identidad. Es un error que debe analizarse sin destruir la autoestima. La culpa excesiva es como una bola de nieve que crece hasta arrastrar con ella la posibilidad de retomar el camino. El primer paso es detenerse y observar: ¿qué detonó el consumo?, ¿qué situación lo antecedió?, ¿qué pudo haberse manejado distinto? Comprender la raíz permite reconstruir estrategias más efectivas. Luego, buscar al profesional o al grupo de apoyo es esencial para retomar el proceso. Ver el camino de la recuperación como un rompecabezas ayuda: algunas piezas se encuentran en terapia, otras en la experiencia, otras en la propia introspección. El objetivo no es que el proceso sea lineal, sino que, la caída sume herramientas nuevas.

El papel de la familia y la delgada línea entre apoyar y controlar

La familia no es responsable de la sobriedad del paciente, recalca Cipriani. Puede apoyar, acompañar, escuchar, ser un punto seguro. Pero no puede —ni debe— cargar con la responsabilidad de evitar que alguien beba. Convertirse en “policía del alcohol” solo alimenta relaciones codependientes que terminan dañando a ambas partes. Lo que sí puede hacer es evitar comentarios que ridiculicen o minimicen el proceso, abrir canales de comunicación y ofrecer acompañamiento físico o a la distancia cuando sea necesario. Pequeñas acciones ayudan a que la persona no se sienta sola. Pero, así como la persona en recuperación debe trabajar en sí misma, la familia también debe hacerlo. Debe reconocer qué está bajo su control y qué no, entender si sus propias conductas alimentan dinámicas dañinas y buscar apoyo profesional cuando haga falta. Porque las adicciones no afectan solo al individuo; atraviesan a los vínculos y desgastan la salud emocional de todo el entorno.

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Los riesgos, incluso para quienes no son alcohólicos

Las intoxicaciones etílicas, la deshidratación, los ataques de ansiedad y los accidentes de tránsito son consecuencias inmediatas del consumo excesivo que afectan tanto a quienes padecen adicción como a quienes no. La violencia, la pérdida del juicio y la impulsividad crecen con cada copa. A largo plazo, los daños son conocidos, pero igualmente ignorados: problemas hepáticos, cardiovasculares, digestivos, trastornos del sueño y dependencia. Por eso, incluso para quienes no viven con esta adicción, diciembre es un tiempo donde conviene recordar que el riesgo no desaparece solo porque “todos están tomando”.

Volver al centro: celebrar no es beber

En última instancia, Cipriani insiste en recuperar el sentido original de estas fechas: convivir, compartir, reencontrarse. “El alcohol no es el centro de la celebración”, afirma. Porque cuando se convierte en protagonista, la conexión humana desaparece. Recomienda normalizar actividades donde no se beba, promover bebidas sin alcohol y, sobre todo, actuar con prudencia. La sobriedad es un proceso largo, a veces solitario, a veces doloroso, pero profundamente valioso.

Y diciembre, con toda su carga emocional, puede convertirse en una amenaza o en una oportunidad para reforzar convicciones. Asimismo, planificar cuánto tiempo estar, con quién relacionarse, qué límites personales establecer y cómo regresar a casa tiene un impacto enorme. No solo protege la salud emocional y física, sino también su vida profesional y sus relaciones. Reduce impulsos, disminuye riesgos y evita que una noche se convierta en un problema mayor. La clave, según Cipriani, está en recordar que no siempre la decisión correcta será la más alegre. A veces, lo más valiente es elegir lo que se necesita por encima de lo que se desea. Especialmente en un país donde brindar parece una obligación y donde decir “no” exige tanta fuerza como resistir el primer trago.

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