Los ojos de Juan Andrés Berger brillan cuando habla de béisbol. No necesita alzar la voz. Es suficiente verlo mirar la gramilla del estadio Enrique "Trapo” Torrebiarte para entender que ahí, en ese diamante verde, encontró propósito. “Soy jugador de toda la vida; ahora también soy coach, especialmente de lanzadores y trabajo alrededor del continente”, dice con una sonrisa que confirma que su ruta está clara.
Su historia no son hazañas sueltas, sino un camino que empezó jugando, siguió enseñando y hoy busca construir un sistema. Sentado sobre el campo y con el sol de la tarde, resume su idea central sin prisa: el desarrollo no es suerte; se construye con método y constancia.
Es el único coach latino certificado por la National Pitching Association (NPA) de Tom House. Ruta que empezó en un campamento y se volvió un proceso de 11 meses de trabajo en cancha, evaluaciones y método.
En 2018, puso en marcha el Club Lobos, el cual hoy reúne equipos en todas las categorías, desde los más pequeños hasta la liga mayor y recreativa. El concepto es simple: progresar sin perderse, con fundamentos bien enseñados y familias que entienden cada etapa. “Primero el niño se tiene que divertir”, indica. El hábito nace del gusto, no del regaño.
Tras la fundación de Lobos, impulsó la Liga Invernal de Béisbol de Guatemala (BIG), que este año va por su sexta temporada. No es un simple torneo, es una plataforma que permite foguearse con entrenadores y jugadores internacionales que elevan el listón. Se corrigen ideas, se confirman niveles y se aprende que competir en serio, también es una forma de educar.
Mecánica, fuerza y descanso: el plan
Cuando habla de lanzar, baja el tono y marca un ritmo sereno, como si acomodara cada idea en su sitio. Afirma que no se trata de hacer fuerza por hacerla, sino de ordenar el cuerpo para que el movimiento salga limpio, sin dolor. En palabras simples: una mecánica bien hecha abre el potencial y evita lesiones. La fuerza funcional se construye con constancia; el descanso fija lo aprendido y la nutrición organiza.
“Si el sueño no llega al mínimo, el sistema nervioso no fija los nuevos patrones”, explica. La sonrisa breve aparece como quien confirma algo que ha visto cientos de veces.
En la práctica, primero evalúa, encuentra desbalances que a simple vista no se ven y corrige con ajustes específicos. Entonces cambia la historia del brazo: vuelve la velocidad, desaparece el dolor, el gesto se siente natural. No hay misterio, insiste, hay método aplicado con orden. Y mirando al campo resalta: “Lanzar bien parece magia cuando el cuerpo llega a la posición correcta”.
Lobos y la BIG: escuela y vitrina
Lobos es la base. Los niños empiezan jugando, aprenden fundamentos y avanzan paso a paso por cada categoría. El trayecto está marcado y las familias participan del proceso: entrenar, competir y entender que crecer no es un salto, sino una suma de hábitos.
La BIG es la vitrina donde ese aprendizaje se pone a prueba. Cada temporada sube el nivel competitivo y se mide el juego con una vara más alta. Para cuidar la paridad no existe un solo draft, sino varios por nivel y un bloque de internacionales ordenados por posición, de modo que el talento quede bien distribuido.
Las reglas empujan el desarrollo local: después de un lanzador extranjero debe subir un nacional. Y la programación se ajusta a la vida real del jugador: juegos nocturnos a las 19:15 horas. para quienes trabajan y encuentros matutinos en vacaciones para que los jóvenes acumulen innings cuando los internacionales están en el país.
La experiencia también se vive fuera del diamante. Se han televisado más de 70 juegos, con dinámicas que acercan el espectáculo a las familias. Home Run Derby con pelotas que terminan en manos del público, música en vivo, actividades de estadio y una canción propia —Le toca el beis— que ya suena a identidad.
Todo suma para que el estadio se sienta vivo, que la gente vuelva y que los peloteros locales midan su juego con un nivel más exigente. Competir en serio, aquí, también educa: corrige ideas, confirma niveles y marca el camino para crecer.
Puentes que abren puertas
El trabajo de Berger no se queda en el discurso. Cartas dentro de su expediente dejan claro, con escenas y resultados, lo que motiva su trabajo. El método cruza fronteras, se aplica y nota en lo concreto: mejor salud del brazo, rendimiento más estable y comprensión plena de los protocolos.
A partir de esos resultados, llegó el hito: el primer campamento NPA en Centroamérica, con más de 70 peloteros de ocho países siguiendo una misma ruta. Entre estaciones de evaluación y correcciones puntuales, el entrenamiento deja de ser teoría y se vuelve hábito.
Al final, ese puente abre puertas reales: protocolos entendidos que se vuelven rutina, ejecución más limpia y confianza cuando llega el día de competir. De ahí salen más innings, roles más altos y oportunidades en circuitos profesionales. No es adorno ni discurso; es un camino trabajable. En palabras del coach: “los atletas que siguen los pasos obtienen resultados”.
Sedes que cambian destinos: el sueño departamental
La tarde avanza y la luz del sol da de costado a Berger, quien, cuando habla de su proyecto departamental, cambia el aire. Se endereza, inclina el torso hacia adelante y junta las manos como quien arma un plan sobre la mesa. La voz le sale pareja, pero la energía sube: los ojos le brillan y la sonrisa aparece sin pedir permiso.
Su sueño es llevar el mismo método a cada rincón del país con calendario, métricas y responsables claros. Primero certificar a los entrenadores y luego evaluar con pruebas estandarizadas. Con esos datos, trazar planes simples y medibles que se cumplan.
Nombra las paradas como si ya estuviera en ruta —Livingston, El Progreso, Jalapa, Xela, entre otros— y su convicción queda clara: si Guatemala va a tener un jugador de Grandes Ligas, el camino empieza en los departamentos.
Cuenta una historia. Habla de un chico de El Progreso que de niño se esforzaba cortando leña. Años después, ya adolescente, el coach lo llevó a entrenar y a jugar con Lobos a cambio de una beca completa de estudios los fines de semana en la capital. Con orden y constancia, encontró un rumbo dentro del juego. Hoy es pitcher de la Selección Nacional —entre los más destacados— y además entrena a niños en Sanarate. Ya adulto, con dos hijos, prueba que el camino se construye. “Eso es desarrollo local”, dice. Luego frota las palmas y sostiene la mirada como quien fija una idea en el aire: el gesto no celebra, promete.
En su dibujo final, cada sede comparte un mismo idioma de entrenamiento y un orden de trabajo claro: medir, ajustar, entrenar y repetir. Así el método deja de ser novedad y se vuelve cultura.
10 años: estadio y manada
Traza la década con la mirada. La imagen es concreta: más estadios que también funcionen como centros educativos, becas para quienes muestran ética de trabajo y el primer guatemalteco en la MLB.
Para que se entienda esa visión, la resume en una imagen: un estadio que, visto desde afuera, luce como un castillo; por dentro, es el diamante donde se entrena y se aprende. No es capricho estético, es una declaración de pertenencia: darle al béisbol casa propia y arraigarlo en la comunidad, para que deje de ser evento suelto y forme parte de la vida diaria.
La palabra que define Lobos cierra el arco y enlaza ese propósito: la manada. Delante caminan quienes necesitan más cuidado; al final va el líder, empujando. Así concibe su proyecto: el más fuerte protegiendo al más frágil, la ciencia al servicio de todos y una ruta clara para que el sueño ocurra aquí. “Yo voy a hacer que pase”, afirma. El silencio que sigue lo confirma.
Los ojos de Juan Andrés Berger brillan cuando habla de béisbol. No necesita alzar la voz. Es suficiente verlo mirar la gramilla del estadio Enrique "Trapo” Torrebiarte para entender que ahí, en ese diamante verde, encontró propósito. “Soy jugador de toda la vida; ahora también soy coach, especialmente de lanzadores y trabajo alrededor del continente”, dice con una sonrisa que confirma que su ruta está clara.
Su historia no son hazañas sueltas, sino un camino que empezó jugando, siguió enseñando y hoy busca construir un sistema. Sentado sobre el campo y con el sol de la tarde, resume su idea central sin prisa: el desarrollo no es suerte; se construye con método y constancia.
Es el único coach latino certificado por la National Pitching Association (NPA) de Tom House. Ruta que empezó en un campamento y se volvió un proceso de 11 meses de trabajo en cancha, evaluaciones y método.
En 2018, puso en marcha el Club Lobos, el cual hoy reúne equipos en todas las categorías, desde los más pequeños hasta la liga mayor y recreativa. El concepto es simple: progresar sin perderse, con fundamentos bien enseñados y familias que entienden cada etapa. “Primero el niño se tiene que divertir”, indica. El hábito nace del gusto, no del regaño.
Tras la fundación de Lobos, impulsó la Liga Invernal de Béisbol de Guatemala (BIG), que este año va por su sexta temporada. No es un simple torneo, es una plataforma que permite foguearse con entrenadores y jugadores internacionales que elevan el listón. Se corrigen ideas, se confirman niveles y se aprende que competir en serio, también es una forma de educar.
Mecánica, fuerza y descanso: el plan
Cuando habla de lanzar, baja el tono y marca un ritmo sereno, como si acomodara cada idea en su sitio. Afirma que no se trata de hacer fuerza por hacerla, sino de ordenar el cuerpo para que el movimiento salga limpio, sin dolor. En palabras simples: una mecánica bien hecha abre el potencial y evita lesiones. La fuerza funcional se construye con constancia; el descanso fija lo aprendido y la nutrición organiza.
“Si el sueño no llega al mínimo, el sistema nervioso no fija los nuevos patrones”, explica. La sonrisa breve aparece como quien confirma algo que ha visto cientos de veces.
En la práctica, primero evalúa, encuentra desbalances que a simple vista no se ven y corrige con ajustes específicos. Entonces cambia la historia del brazo: vuelve la velocidad, desaparece el dolor, el gesto se siente natural. No hay misterio, insiste, hay método aplicado con orden. Y mirando al campo resalta: “Lanzar bien parece magia cuando el cuerpo llega a la posición correcta”.
Lobos y la BIG: escuela y vitrina
Lobos es la base. Los niños empiezan jugando, aprenden fundamentos y avanzan paso a paso por cada categoría. El trayecto está marcado y las familias participan del proceso: entrenar, competir y entender que crecer no es un salto, sino una suma de hábitos.
La BIG es la vitrina donde ese aprendizaje se pone a prueba. Cada temporada sube el nivel competitivo y se mide el juego con una vara más alta. Para cuidar la paridad no existe un solo draft, sino varios por nivel y un bloque de internacionales ordenados por posición, de modo que el talento quede bien distribuido.
Las reglas empujan el desarrollo local: después de un lanzador extranjero debe subir un nacional. Y la programación se ajusta a la vida real del jugador: juegos nocturnos a las 19:15 horas. para quienes trabajan y encuentros matutinos en vacaciones para que los jóvenes acumulen innings cuando los internacionales están en el país.
La experiencia también se vive fuera del diamante. Se han televisado más de 70 juegos, con dinámicas que acercan el espectáculo a las familias. Home Run Derby con pelotas que terminan en manos del público, música en vivo, actividades de estadio y una canción propia —Le toca el beis— que ya suena a identidad.
Todo suma para que el estadio se sienta vivo, que la gente vuelva y que los peloteros locales midan su juego con un nivel más exigente. Competir en serio, aquí, también educa: corrige ideas, confirma niveles y marca el camino para crecer.
Puentes que abren puertas
El trabajo de Berger no se queda en el discurso. Cartas dentro de su expediente dejan claro, con escenas y resultados, lo que motiva su trabajo. El método cruza fronteras, se aplica y nota en lo concreto: mejor salud del brazo, rendimiento más estable y comprensión plena de los protocolos.
A partir de esos resultados, llegó el hito: el primer campamento NPA en Centroamérica, con más de 70 peloteros de ocho países siguiendo una misma ruta. Entre estaciones de evaluación y correcciones puntuales, el entrenamiento deja de ser teoría y se vuelve hábito.
Al final, ese puente abre puertas reales: protocolos entendidos que se vuelven rutina, ejecución más limpia y confianza cuando llega el día de competir. De ahí salen más innings, roles más altos y oportunidades en circuitos profesionales. No es adorno ni discurso; es un camino trabajable. En palabras del coach: “los atletas que siguen los pasos obtienen resultados”.
Sedes que cambian destinos: el sueño departamental
La tarde avanza y la luz del sol da de costado a Berger, quien, cuando habla de su proyecto departamental, cambia el aire. Se endereza, inclina el torso hacia adelante y junta las manos como quien arma un plan sobre la mesa. La voz le sale pareja, pero la energía sube: los ojos le brillan y la sonrisa aparece sin pedir permiso.
Su sueño es llevar el mismo método a cada rincón del país con calendario, métricas y responsables claros. Primero certificar a los entrenadores y luego evaluar con pruebas estandarizadas. Con esos datos, trazar planes simples y medibles que se cumplan.
Nombra las paradas como si ya estuviera en ruta —Livingston, El Progreso, Jalapa, Xela, entre otros— y su convicción queda clara: si Guatemala va a tener un jugador de Grandes Ligas, el camino empieza en los departamentos.
Cuenta una historia. Habla de un chico de El Progreso que de niño se esforzaba cortando leña. Años después, ya adolescente, el coach lo llevó a entrenar y a jugar con Lobos a cambio de una beca completa de estudios los fines de semana en la capital. Con orden y constancia, encontró un rumbo dentro del juego. Hoy es pitcher de la Selección Nacional —entre los más destacados— y además entrena a niños en Sanarate. Ya adulto, con dos hijos, prueba que el camino se construye. “Eso es desarrollo local”, dice. Luego frota las palmas y sostiene la mirada como quien fija una idea en el aire: el gesto no celebra, promete.
En su dibujo final, cada sede comparte un mismo idioma de entrenamiento y un orden de trabajo claro: medir, ajustar, entrenar y repetir. Así el método deja de ser novedad y se vuelve cultura.
10 años: estadio y manada
Traza la década con la mirada. La imagen es concreta: más estadios que también funcionen como centros educativos, becas para quienes muestran ética de trabajo y el primer guatemalteco en la MLB.
Para que se entienda esa visión, la resume en una imagen: un estadio que, visto desde afuera, luce como un castillo; por dentro, es el diamante donde se entrena y se aprende. No es capricho estético, es una declaración de pertenencia: darle al béisbol casa propia y arraigarlo en la comunidad, para que deje de ser evento suelto y forme parte de la vida diaria.
La palabra que define Lobos cierra el arco y enlaza ese propósito: la manada. Delante caminan quienes necesitan más cuidado; al final va el líder, empujando. Así concibe su proyecto: el más fuerte protegiendo al más frágil, la ciencia al servicio de todos y una ruta clara para que el sueño ocurra aquí. “Yo voy a hacer que pase”, afirma. El silencio que sigue lo confirma.