El experto costarricense en ciberseguridad Marvin G. Soto resaltó que la privacidad digital es hoy el derecho más vulnerado y el riesgo más ignorado por los usuarios. Destacó tres alertas clave: el exceso de exposición, el aumento de ataques en diciembre y la brecha generacional que agrava la vulnerabilidad digital de miles de familias.
Hoy en día, las personas comparten cada detalle en redes sociales. Soto advirtió que la desinformación, ciertos patrones de comportamiento y la falta de educación digital crean un entorno ideal para ataques dirigidos y manipulaciones cada vez más sofisticadas.
¿Cuáles son los peligros de publicar todo en internet?
—La privacidad es el derecho más pisoteado, pese a ser fundamental. Pagamos para defenderla. Producimos contenido que nos deja viviendo en una casa de cristal. Estamos expuestos a cualquiera que observe nuestras actividades digitales y a sistemas que analizan nuestros patrones.
Migramos del mundo analógico al digital sin comprender riesgos. Digitalizamos todo y olvidamos cuidarnos. Usamos herramientas que simplifican la vida, pero no asumimos que debemos mantener seguridad igual que en la calle. Transformamos nuestra rutina sin entender lo que implica entregar datos sin ninguna protección.
¿Por qué el crecimiento acelerado de datos personales se vuelve riesgoso en fin de año?
—En estas fechas incrementamos las compras, los viajes y la interacción en redes sociales. Eso significa que entregamos más datos sin darnos cuenta. Publicamos nuestras salidas, la casa vacía, los regalos, los destinos o los horarios. Vivimos en casas de cristal porque todo queda registrado en plataformas que absorben cada detalle.
Lo que parece una simple foto de celebración o un comentario sobre nuestras vacaciones también revela patrones. Dicen qué compramos, dónde estamos, con quién convivimos y qué hábitos repetimos. Toda esa información alimenta sistemas que aprenden, clasifican y segmentan, dejando a las personas expuestas a riesgos que no siempre comprenden.
¿Cuáles son los riesgos más frecuentes para las familias?
—La generación alfa ya es totalmente nativa digital y domina dispositivos desde muy pequeña. Ese manejo natural contrasta con la dificultad de muchos adultos mayores. Esa mezcla aumenta la brecha y genera un ambiente donde entregamos datos sin protección. Revelamos viajes, intereses y actividades sin medir consecuencias.
Incluso algo sencillo, como pedir una agenda de viaje a una inteligencia artificial, revela fechas, lugares, gustos y preocupaciones. También existen alucinaciones o errores de programación. Datos incorrectos producen respuestas incorrectas. Así funciona la inteligencia artificial: buena entrada, buena salida; mala entrada, mala salida.
¿Por qué diciembre es el mejor mes para los delincuentes digitales?
—Los ciberdelincuentes saben que diciembre es el mejor mes para engañar. Aprovechan compras en línea, promociones falsas, correos con descuentos o mensajes que imitan servicios de entrega. Es una temporada donde la gente se relaja, y justamente ese descuido provoca más ataques exitosos que en cualquier otra época del año.
¿Cómo ha cambiado la inteligencia artificial desde sus inicios?
—La inteligencia artificial no es tan nueva como pensamos. Se originó por mediados de 1900, pero no despegaba porque requería bases de datos muy grandes. Desde 2010 comenzó a sentirse real gracias al internet. Los años 90 permitieron interacción masiva entre personas y dispositivos sin límites geográficos.
Luego aparecieron las redes sociales entre 2004 y 2006 y explotó la cantidad de información disponible. Compartimos fotos, videos, emociones y discusiones. Ese volumen se convirtió en material para modelar sociedades y manipular grupos mediante burbujas digitales. Estas agrupan personas por comportamiento o por reacciones emocionales visibles en sus perfiles.
Todo esto sustenta la inteligencia artificial y revela su lado oscuro.
¿Qué factores aumentan la vulnerabilidad digital?
—Venimos de una sociedad poco acostumbrada a la tecnología. Hoy conviven baby boomers, migrantes digitales y nativos digitales. Cada grupo se cuida de forma distinta y conoce riesgos distintos. Carecemos de educación digital y alfabetización en ciberseguridad. La mayoría desconoce los riesgos reales de redes sociales, mensajería o navegación.
Debemos pensar también en quienes tienen menos acceso o conocimiento. La brecha digital aumenta la exposición. La privacidad, los sesgos y las alucinaciones de la inteligencia artificial pueden afectar la reputación o generar confusiones. Una interpretación equivocada puede mostrar datos incorrectos y poner en riesgo a cualquier persona al exponerla incorrectamente.
Cuando alguien investiga perfiles en fuentes abiertas, podría encontrarse con información distorsionada o incompleta. Eso abre la puerta a manipulaciones políticas, personales o laborales. En un mundo donde la reputación digital es equivalente a una carta de presentación, cualquier error de estos sistemas puede tener efectos reales.
¿Cómo influyen las emociones, la polarización y las discusiones en línea en la forma como la inteligencia artificial perfila a las personas?
—Las redes sociales documentan emociones, peleas, frustraciones, gustos y reacciones. Todo eso construye géneros digitales, que son versiones de nosotros en el mundo virtual. Si alguien discute por fútbol, religión o política, queda registrado. El sistema aprende a qué grupo pertenece y cómo reaccionará en circunstancias específicas.
Eso permite crear burbujas donde las personas solo ven contenido que refuerza sus creencias. Aunque parezcan espacios inofensivos, también pueden manipular opiniones. En época de fin de año esto se intensifica porque las emociones están más cargadas y la actividad en redes aumenta. Multiplica la cantidad de datos disponibles.
Estas burbujas determinan qué anuncios aparecen, qué noticias circulan y qué mensajes se priorizan. Una persona puede quedar atrapada en un ecosistema informativo creado solo a partir de sus reacciones, sin darse cuenta de que está siendo moldeada por sistemas que buscan predecir y dirigir su comportamiento.
¿Cómo se relaciona el aumento del contenido emocional en redes con el incremento de campañas de desinformación que se intensifican en diciembre?
—Las campañas aumentan en estas fechas porque la gente baja la guardia. Comparte más, publica más y debate más. Los sistemas detectan ese movimiento emocional y pueden amplificar contenido engañoso. Un rumor se esparce rápido cuando muchas personas están conectadas al mismo tiempo y actúan impulsivamente.
La desinformación se alimenta de reacciones humanas y diciembre es un mes perfecto para eso. Sea por política, por consumo o por identidad, cualquier contenido que provoque emociones fuertes se difunde. Y al difundirse, se multiplica como si fuera un hecho confiable, aunque sea totalmente falso o manipulado.
¿Qué peligros trae la falta de cultura de ciberseguridad en hogares que dependen cada vez más de dispositivos conectados?
—Carecemos de cultura digital. No sabemos cuidarnos en el ciberespacio y pensamos que basta con no compartir contraseñas. No es así. Usar redes sociales, correo o sitios de compras requiere hábitos que la mayoría desconoce. Quien ignora esos riesgos también deja vulnerables a las personas con quienes convive.
La brecha digital agrava el problema. Jóvenes hiperconectados, adultos desconfiados y adultos mayores sin habilidades tecnológicas coexisten bajo el mismo techo. Si uno se equivoca, todos quedan expuestos.
La privacidad ya no es solo un derecho individual. También es un riesgo compartido. Si alguien del hogar publica algo sensible, todos quedan expuestos. Y esa exposición alimenta sistemas que aprenden de nosotros sin que podamos controlar qué información están tomando o cómo la usan.
¿Por qué la educación debe transformarse para enfrentar esta realidad?
—Hay que cambiar la educación. Debemos enseñar a cuidarse en el mundo digital desde temprana edad. Estas habilidades ya no son opcionales. Forman parte de la vida diaria porque hoy se vive más en el ciberespacio que en el mundo físico. Eso exige crear política pública enfocada en seguridad digital.
Reformar la enseñanza implica incluir hábitos de protección y alfabetización tecnológica. Existen ejemplos como los centros comunitarios en Paraguay, donde cualquier persona aprende a usar tecnología y a protegerse. Ese modelo demuestra que la educación debe involucrar a toda la sociedad y no solo a los jóvenes en la escuela.
Un ciudadano sin educación digital se vuelve un riesgo para su empresa y su familia. Puede abrir correos peligrosos o permitir accesos sin detectar señales de alerta. La falta de criterio digital crea impactos reales. Incluso una foto publicada sin pensar puede comprometer la privacidad de varias personas alrededor.
El experto costarricense en ciberseguridad Marvin G. Soto resaltó que la privacidad digital es hoy el derecho más vulnerado y el riesgo más ignorado por los usuarios. Destacó tres alertas clave: el exceso de exposición, el aumento de ataques en diciembre y la brecha generacional que agrava la vulnerabilidad digital de miles de familias.
Hoy en día, las personas comparten cada detalle en redes sociales. Soto advirtió que la desinformación, ciertos patrones de comportamiento y la falta de educación digital crean un entorno ideal para ataques dirigidos y manipulaciones cada vez más sofisticadas.
¿Cuáles son los peligros de publicar todo en internet?
—La privacidad es el derecho más pisoteado, pese a ser fundamental. Pagamos para defenderla. Producimos contenido que nos deja viviendo en una casa de cristal. Estamos expuestos a cualquiera que observe nuestras actividades digitales y a sistemas que analizan nuestros patrones.
Migramos del mundo analógico al digital sin comprender riesgos. Digitalizamos todo y olvidamos cuidarnos. Usamos herramientas que simplifican la vida, pero no asumimos que debemos mantener seguridad igual que en la calle. Transformamos nuestra rutina sin entender lo que implica entregar datos sin ninguna protección.
¿Por qué el crecimiento acelerado de datos personales se vuelve riesgoso en fin de año?
—En estas fechas incrementamos las compras, los viajes y la interacción en redes sociales. Eso significa que entregamos más datos sin darnos cuenta. Publicamos nuestras salidas, la casa vacía, los regalos, los destinos o los horarios. Vivimos en casas de cristal porque todo queda registrado en plataformas que absorben cada detalle.
Lo que parece una simple foto de celebración o un comentario sobre nuestras vacaciones también revela patrones. Dicen qué compramos, dónde estamos, con quién convivimos y qué hábitos repetimos. Toda esa información alimenta sistemas que aprenden, clasifican y segmentan, dejando a las personas expuestas a riesgos que no siempre comprenden.
¿Cuáles son los riesgos más frecuentes para las familias?
—La generación alfa ya es totalmente nativa digital y domina dispositivos desde muy pequeña. Ese manejo natural contrasta con la dificultad de muchos adultos mayores. Esa mezcla aumenta la brecha y genera un ambiente donde entregamos datos sin protección. Revelamos viajes, intereses y actividades sin medir consecuencias.
Incluso algo sencillo, como pedir una agenda de viaje a una inteligencia artificial, revela fechas, lugares, gustos y preocupaciones. También existen alucinaciones o errores de programación. Datos incorrectos producen respuestas incorrectas. Así funciona la inteligencia artificial: buena entrada, buena salida; mala entrada, mala salida.
¿Por qué diciembre es el mejor mes para los delincuentes digitales?
—Los ciberdelincuentes saben que diciembre es el mejor mes para engañar. Aprovechan compras en línea, promociones falsas, correos con descuentos o mensajes que imitan servicios de entrega. Es una temporada donde la gente se relaja, y justamente ese descuido provoca más ataques exitosos que en cualquier otra época del año.
¿Cómo ha cambiado la inteligencia artificial desde sus inicios?
—La inteligencia artificial no es tan nueva como pensamos. Se originó por mediados de 1900, pero no despegaba porque requería bases de datos muy grandes. Desde 2010 comenzó a sentirse real gracias al internet. Los años 90 permitieron interacción masiva entre personas y dispositivos sin límites geográficos.
Luego aparecieron las redes sociales entre 2004 y 2006 y explotó la cantidad de información disponible. Compartimos fotos, videos, emociones y discusiones. Ese volumen se convirtió en material para modelar sociedades y manipular grupos mediante burbujas digitales. Estas agrupan personas por comportamiento o por reacciones emocionales visibles en sus perfiles.
Todo esto sustenta la inteligencia artificial y revela su lado oscuro.
¿Qué factores aumentan la vulnerabilidad digital?
—Venimos de una sociedad poco acostumbrada a la tecnología. Hoy conviven baby boomers, migrantes digitales y nativos digitales. Cada grupo se cuida de forma distinta y conoce riesgos distintos. Carecemos de educación digital y alfabetización en ciberseguridad. La mayoría desconoce los riesgos reales de redes sociales, mensajería o navegación.
Debemos pensar también en quienes tienen menos acceso o conocimiento. La brecha digital aumenta la exposición. La privacidad, los sesgos y las alucinaciones de la inteligencia artificial pueden afectar la reputación o generar confusiones. Una interpretación equivocada puede mostrar datos incorrectos y poner en riesgo a cualquier persona al exponerla incorrectamente.
Cuando alguien investiga perfiles en fuentes abiertas, podría encontrarse con información distorsionada o incompleta. Eso abre la puerta a manipulaciones políticas, personales o laborales. En un mundo donde la reputación digital es equivalente a una carta de presentación, cualquier error de estos sistemas puede tener efectos reales.
¿Cómo influyen las emociones, la polarización y las discusiones en línea en la forma como la inteligencia artificial perfila a las personas?
—Las redes sociales documentan emociones, peleas, frustraciones, gustos y reacciones. Todo eso construye géneros digitales, que son versiones de nosotros en el mundo virtual. Si alguien discute por fútbol, religión o política, queda registrado. El sistema aprende a qué grupo pertenece y cómo reaccionará en circunstancias específicas.
Eso permite crear burbujas donde las personas solo ven contenido que refuerza sus creencias. Aunque parezcan espacios inofensivos, también pueden manipular opiniones. En época de fin de año esto se intensifica porque las emociones están más cargadas y la actividad en redes aumenta. Multiplica la cantidad de datos disponibles.
Estas burbujas determinan qué anuncios aparecen, qué noticias circulan y qué mensajes se priorizan. Una persona puede quedar atrapada en un ecosistema informativo creado solo a partir de sus reacciones, sin darse cuenta de que está siendo moldeada por sistemas que buscan predecir y dirigir su comportamiento.
¿Cómo se relaciona el aumento del contenido emocional en redes con el incremento de campañas de desinformación que se intensifican en diciembre?
—Las campañas aumentan en estas fechas porque la gente baja la guardia. Comparte más, publica más y debate más. Los sistemas detectan ese movimiento emocional y pueden amplificar contenido engañoso. Un rumor se esparce rápido cuando muchas personas están conectadas al mismo tiempo y actúan impulsivamente.
La desinformación se alimenta de reacciones humanas y diciembre es un mes perfecto para eso. Sea por política, por consumo o por identidad, cualquier contenido que provoque emociones fuertes se difunde. Y al difundirse, se multiplica como si fuera un hecho confiable, aunque sea totalmente falso o manipulado.
¿Qué peligros trae la falta de cultura de ciberseguridad en hogares que dependen cada vez más de dispositivos conectados?
—Carecemos de cultura digital. No sabemos cuidarnos en el ciberespacio y pensamos que basta con no compartir contraseñas. No es así. Usar redes sociales, correo o sitios de compras requiere hábitos que la mayoría desconoce. Quien ignora esos riesgos también deja vulnerables a las personas con quienes convive.
La brecha digital agrava el problema. Jóvenes hiperconectados, adultos desconfiados y adultos mayores sin habilidades tecnológicas coexisten bajo el mismo techo. Si uno se equivoca, todos quedan expuestos.
La privacidad ya no es solo un derecho individual. También es un riesgo compartido. Si alguien del hogar publica algo sensible, todos quedan expuestos. Y esa exposición alimenta sistemas que aprenden de nosotros sin que podamos controlar qué información están tomando o cómo la usan.
¿Por qué la educación debe transformarse para enfrentar esta realidad?
—Hay que cambiar la educación. Debemos enseñar a cuidarse en el mundo digital desde temprana edad. Estas habilidades ya no son opcionales. Forman parte de la vida diaria porque hoy se vive más en el ciberespacio que en el mundo físico. Eso exige crear política pública enfocada en seguridad digital.
Reformar la enseñanza implica incluir hábitos de protección y alfabetización tecnológica. Existen ejemplos como los centros comunitarios en Paraguay, donde cualquier persona aprende a usar tecnología y a protegerse. Ese modelo demuestra que la educación debe involucrar a toda la sociedad y no solo a los jóvenes en la escuela.
Un ciudadano sin educación digital se vuelve un riesgo para su empresa y su familia. Puede abrir correos peligrosos o permitir accesos sin detectar señales de alerta. La falta de criterio digital crea impactos reales. Incluso una foto publicada sin pensar puede comprometer la privacidad de varias personas alrededor.
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: