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Giovany Coxolcá: “Las traducciones prueban al gran poeta, cristalizando idioma en puntos sutiles”

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Marcos Suárez Sipmann y Miguel Rodríguez
05 de diciembre, 2025

Una de las voces más potentes de la literatura guatemalteca-indígena, Giovany Coxolcá, formado en lingüística y literatura mesoamericana, combina memoria comunitaria, experimentación formal y rigor documental. Autor de títulos como Lumbre en el maíz y La geometría del silencio, ha ganado premios como el B´atz´ Nacional de Letras Indígenas y el Mario Monteforte Toledo 2025 por La lengua de las bestias. Nacido en Sololá y activo como traductor kaqchiquel-español, editor y columnista, Coxolcá emerge como un narrador que reivindica identidades marginadas y muestra una literatura indígena contemporánea estéticamente poderosa. 

¿Qué lecturas consideras fundamentales en tu formación literaria? ¿Cómo han influido en tu visión de la literatura continental y universal? 

Hace 10 años habría dicho que James Joyce por pretensión. Pero el tiempo madura y se toman en serio las lecturas esenciales. Entre las fundacionales para el continente, el Memorial de Sololá tiene versos diamantes a la altura de los hexámetros de Homero; también el Popol Vuh como referente civilizatorio de este lado del mundo. 

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La Odisea sirve para entender la grandeza de otras culturas. Las mil y una noches nos emparentan con Oriente, recordando que Cervantes en el Quijote menciona un manuscrito de Cide Hamete Benengeli, conectándonos con el mundo persa. 

El Quijote es esencial: lo leí dos veces y lloré cuando despierta de su locura diciéndole a Sancho “no, yo estaba lejos”. Esa obra me iluminó junto a otras, entendiendo que las traducciones son puentes entre civilizaciones: por ejemplo, Paraíso perdido de John Milton y las obras de Joseph Conrad, donde cada párrafo es alta poesía. 

¿Has dialogado con tu lugar de origen, como Las Canoas, con la voz literaria que has creado en tus obras? 

El subsuelo es la fuerza; lo entendí con la concesión del premio. En mi discurso mencioné a compañeros de generación que cruzaron el desierto y no volvieron, frase de 14 palabras que bastó para recibir llamadas de inmigrantes de hace 20 años. 

Mi aldea Las Canoas, es plataforma para asumir e interpretar el mundo. En literatura, se interviene intencionalmente el idioma para decir algo novedoso sin artificialidad; un periodista y un poeta sienten igual el dolor de un hijo perdido, pero el literato interviene el lenguaje. 

Así, ante fenómenos vitales compartidos, la solvencia radica en expresar lo humano con novedad lingüística. 

¿Cuál fue tu proceso creativo para construir La lengua de las bestias? ¿Hubo pausas o inspiración creciente? ¿Cuánto tiempo duró y qué querías contar en el libro? 

La lengua de las bestias quedó en pausa; seguiré editándola sin intervenciones extremas. Es parte de tres manuscritos simultáneos: uno para niños en fase de imprenta y un libro de cuentos listo, dividido en español y kaqchiquel. 

El kaqchiquel basa en oralidad, mientras el español en Quijote, Góngora, Garcilaso, generaciones del 98, 27, el modernismo y Francisco Umbral.  

¿Con cuál idioma te sientes más cómodo escribiendo kaqchiquel o español? 

—Con los dos. Evalué tres libros en español y encontré fallos; el cachiquel encanta, pero es peligroso por matices. 

La tradición mesoamericana como Popol Vuh y el Memorial de Solola se accede en español; pero solo la oralidad limita una maniobra estética. 

¿Crees posible traducir poesía? 

—Hay poemas que se dejan traducir, como versos de Blas de Otero. Las traducciones prueban al gran poeta, cristalizando idioma en puntos sutiles. 

Algunos momentos idiomáticos no se traducen. Sin embargo, la gran poesía se deja traducir en pérdidas intensas, usando palabras distintas pero conmovedoras. 

¿Cuál fue tu primer acercamiento a la poesía, qué te marcó y cómo descubriste esa pasión? 

—Dos actividades: mi madre tejiendo en el altiplano, calculando tiempos como siembra; y la herencia paterna enseñando a trazar letras. Me costaba pasar de la “o” a la “c”. Luego la declamación escolar en primaria y secundaria. No tuve aventuras poéticas hasta bachillerato. 

Al llegar a la ciudad desde lo rural, aterrorizado, leí refugiándome a Emilio de Rozas que me sedujo con su poesía sentenciosa. En la universidad, descubrí versos con amigos; depuré mi libro breve premiado hace 10 años. También editores como Carlos López y José Luis Perdomo revelaron tropezones en mi oído y algunas repeticiones. 

¿Qué temáticas o conversaciones quieres abrir en la literatura contemporánea guatemalteca? 

—Al escribir, me centro en depurar el texto; mi compromiso único es escribir bien. Rayuela de Cortázar no cuenta nada, pero cada párrafo es una fiesta por la lengua personal; Miguel Ángel Asturias, por su parte, eleva el idilio indígena en Hombres de Maíz. 

Preocupa no fallar al lector con asuntos humanos como pérdida idiomática, evitando panfleto indígena vía registro estético personal. Cada cultura escribe. 

¿Crees que la rareza de obras auténticas se debe a la superficialidad creciente de los escritores? 

—Hay dos responsables: la academia y los críticos halagando contraportadas como si merecieran el Nobel. Se debe ser severos; los escritores, despojarnos del ego. La crítica avanza como en ciencia. Los tiempos cambian con la televisión 24/7, redes sociales y la IA corrigiendo párrafos en segundos. La escritura contemporánea tendrá crítica a su nivel; debe afinarse para detectar IA. 

¿Qué consejo das a jóvenes lectores que piensan escribir en la era de IA? 

—Deben leer los clásicos: Miserables conmueve, El Quijote en versiones actualizadas, los cuentos de G. K. Chesterton seducen. Hablar con el mundo literario como un futbolista con rivales globales. 

Poesía y cuentos abundan, pero sin lectores que se esfuercen.n La literatura no es carrera. 

¿Cuál es la temática o proyecto literario próximo que te ilusiona? 

—Tengo dos: un libro incompleto en formas clásicas de kaqchiquel (soneto, madrigal) bilingüe con algunas notas; una novela breve de 50 páginas, libro de cuentos y reafinar La lengua de las bestias.

Giovany Coxolcá: “Las traducciones prueban al gran poeta, cristalizando idioma en puntos sutiles”

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Marcos Suárez Sipmann y Miguel Rodríguez
05 de diciembre, 2025

Una de las voces más potentes de la literatura guatemalteca-indígena, Giovany Coxolcá, formado en lingüística y literatura mesoamericana, combina memoria comunitaria, experimentación formal y rigor documental. Autor de títulos como Lumbre en el maíz y La geometría del silencio, ha ganado premios como el B´atz´ Nacional de Letras Indígenas y el Mario Monteforte Toledo 2025 por La lengua de las bestias. Nacido en Sololá y activo como traductor kaqchiquel-español, editor y columnista, Coxolcá emerge como un narrador que reivindica identidades marginadas y muestra una literatura indígena contemporánea estéticamente poderosa. 

¿Qué lecturas consideras fundamentales en tu formación literaria? ¿Cómo han influido en tu visión de la literatura continental y universal? 

Hace 10 años habría dicho que James Joyce por pretensión. Pero el tiempo madura y se toman en serio las lecturas esenciales. Entre las fundacionales para el continente, el Memorial de Sololá tiene versos diamantes a la altura de los hexámetros de Homero; también el Popol Vuh como referente civilizatorio de este lado del mundo. 

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La Odisea sirve para entender la grandeza de otras culturas. Las mil y una noches nos emparentan con Oriente, recordando que Cervantes en el Quijote menciona un manuscrito de Cide Hamete Benengeli, conectándonos con el mundo persa. 

El Quijote es esencial: lo leí dos veces y lloré cuando despierta de su locura diciéndole a Sancho “no, yo estaba lejos”. Esa obra me iluminó junto a otras, entendiendo que las traducciones son puentes entre civilizaciones: por ejemplo, Paraíso perdido de John Milton y las obras de Joseph Conrad, donde cada párrafo es alta poesía. 

¿Has dialogado con tu lugar de origen, como Las Canoas, con la voz literaria que has creado en tus obras? 

El subsuelo es la fuerza; lo entendí con la concesión del premio. En mi discurso mencioné a compañeros de generación que cruzaron el desierto y no volvieron, frase de 14 palabras que bastó para recibir llamadas de inmigrantes de hace 20 años. 

Mi aldea Las Canoas, es plataforma para asumir e interpretar el mundo. En literatura, se interviene intencionalmente el idioma para decir algo novedoso sin artificialidad; un periodista y un poeta sienten igual el dolor de un hijo perdido, pero el literato interviene el lenguaje. 

Así, ante fenómenos vitales compartidos, la solvencia radica en expresar lo humano con novedad lingüística. 

¿Cuál fue tu proceso creativo para construir La lengua de las bestias? ¿Hubo pausas o inspiración creciente? ¿Cuánto tiempo duró y qué querías contar en el libro? 

La lengua de las bestias quedó en pausa; seguiré editándola sin intervenciones extremas. Es parte de tres manuscritos simultáneos: uno para niños en fase de imprenta y un libro de cuentos listo, dividido en español y kaqchiquel. 

El kaqchiquel basa en oralidad, mientras el español en Quijote, Góngora, Garcilaso, generaciones del 98, 27, el modernismo y Francisco Umbral.  

¿Con cuál idioma te sientes más cómodo escribiendo kaqchiquel o español? 

—Con los dos. Evalué tres libros en español y encontré fallos; el cachiquel encanta, pero es peligroso por matices. 

La tradición mesoamericana como Popol Vuh y el Memorial de Solola se accede en español; pero solo la oralidad limita una maniobra estética. 

¿Crees posible traducir poesía? 

—Hay poemas que se dejan traducir, como versos de Blas de Otero. Las traducciones prueban al gran poeta, cristalizando idioma en puntos sutiles. 

Algunos momentos idiomáticos no se traducen. Sin embargo, la gran poesía se deja traducir en pérdidas intensas, usando palabras distintas pero conmovedoras. 

¿Cuál fue tu primer acercamiento a la poesía, qué te marcó y cómo descubriste esa pasión? 

—Dos actividades: mi madre tejiendo en el altiplano, calculando tiempos como siembra; y la herencia paterna enseñando a trazar letras. Me costaba pasar de la “o” a la “c”. Luego la declamación escolar en primaria y secundaria. No tuve aventuras poéticas hasta bachillerato. 

Al llegar a la ciudad desde lo rural, aterrorizado, leí refugiándome a Emilio de Rozas que me sedujo con su poesía sentenciosa. En la universidad, descubrí versos con amigos; depuré mi libro breve premiado hace 10 años. También editores como Carlos López y José Luis Perdomo revelaron tropezones en mi oído y algunas repeticiones. 

¿Qué temáticas o conversaciones quieres abrir en la literatura contemporánea guatemalteca? 

—Al escribir, me centro en depurar el texto; mi compromiso único es escribir bien. Rayuela de Cortázar no cuenta nada, pero cada párrafo es una fiesta por la lengua personal; Miguel Ángel Asturias, por su parte, eleva el idilio indígena en Hombres de Maíz. 

Preocupa no fallar al lector con asuntos humanos como pérdida idiomática, evitando panfleto indígena vía registro estético personal. Cada cultura escribe. 

¿Crees que la rareza de obras auténticas se debe a la superficialidad creciente de los escritores? 

—Hay dos responsables: la academia y los críticos halagando contraportadas como si merecieran el Nobel. Se debe ser severos; los escritores, despojarnos del ego. La crítica avanza como en ciencia. Los tiempos cambian con la televisión 24/7, redes sociales y la IA corrigiendo párrafos en segundos. La escritura contemporánea tendrá crítica a su nivel; debe afinarse para detectar IA. 

¿Qué consejo das a jóvenes lectores que piensan escribir en la era de IA? 

—Deben leer los clásicos: Miserables conmueve, El Quijote en versiones actualizadas, los cuentos de G. K. Chesterton seducen. Hablar con el mundo literario como un futbolista con rivales globales. 

Poesía y cuentos abundan, pero sin lectores que se esfuercen.n La literatura no es carrera. 

¿Cuál es la temática o proyecto literario próximo que te ilusiona? 

—Tengo dos: un libro incompleto en formas clásicas de kaqchiquel (soneto, madrigal) bilingüe con algunas notas; una novela breve de 50 páginas, libro de cuentos y reafinar La lengua de las bestias.

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