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Gabriela Morales: “El ballet es una profesión, no un pasatiempo”

Foto: Diego Cabrera / República
Glenda Sanchez
16 de noviembre, 2025

Gabriela Morales forma parte del Ballet Nacional de Guatemala desde el 1 de enero de 2014. Su primer papel fue modesto: un árbol en la obra Pedro y el Lobo, durante la Temporada Infantil bajo la dirección de la maestra Sonia Marcos. Hoy, tras más de una década en la compañía, su trayectoria refleja esfuerzo, disciplina y pasión por la danza.

¿Quién es Gabriela Morales?

—Tengo 30 años, soy bailarina del Ballet Nacional de Guatemala. He sido bailarina profesional durante 11 años. Antes de eso, estudié 10 años en una escuela de formación para bailarines. Empecé mi preparación a los 8 años y me gradué a los 18. Desde entonces estoy aquí en la compañía.

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¿Cómo ha sido esa experiencia de bailar desde los 8 años hasta hoy?

—Muy enriquecedora. Empecé desde abajo y creo que eso es lo que un bailarín siempre tiene que hacer: pasar por todas las etapas para poder escalar y tener experiencia previa en el cuerpo de baile. Después obtuve roles importantes, hasta llegar a roles principales. En la compañía, empecé siendo un árbol en Pedro y el Lobo. Ahora he tenido la oportunidad de desarrollar muchos otros personajes. Estoy muy orgullosa de mi carrera y muy agradecida también.

.

¿Cómo y por qué motivos ingresó al mundo del ballet?

—El ballet, aparte de ser una disciplina, es una actividad muy dirigida a las niñas. La motivación realmente empieza por mis papás; ellos son quienes generan el compromiso real de llevar y traer a sus hijos a las escuelas. Pero sin duda las clases me motivaron mucho. Mi maestra, en ese momento, fue una persona que me iluminó para seguir bailando y aprender. A lo largo de la formación, cada maestro me hizo sentir que tenía el talento necesario. Eso me motivó a esforzarme, a aprender, a mejorar y a tratar de bailar mejor cada día.

¿Cómo era la rutina para una niña de 8 años que estudiaba y se formaba como bailarina?

—Cuando empecé a bailar estaba en segundo primaria. El colegio en la mañana tenía un horario normal, y después, a partir de las 12:30, iba a la escuela de danza. Era muy corrido: desde las 7 de la mañana en el colegio, luego una hora y media de camino. En el carro había que cambiarse, comer y llegar puntual. Conforme pasan los años, aumentan las horas de formación: al principio una hora, luego dos, tres, hasta cuatro horas. No solo técnicas, también teóricas: francés, porque las palabras del ballet son en francés; música, para contar tiempos y entender ritmos; historia de la danza y del arte. Todo esto además de la técnica propia del ballet.

¿Cómo se organizan esas clases teóricas y técnicas?

—En las teóricas, el primer año es historia de la danza uno. Luego agregan música, francés y más historia. No nos saturan al principio, pero cada año aumenta la dificultad, igual que en el colegio. En la técnica también: empezamos con pasos básicos y conforme avanzamos nos complican los movimientos. Al último año, que es el de graduación, debemos saber todo el método y ejecutarlo correctamente. Por eso nos evalúan año con año y esos exámenes hay que ganarlos.

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¿La disciplina de Gabriela es la misma de niña o aumentó?

—Aumentó. Ser profesional requiere mucha más disciplina y compromiso artístico. No solo ejecutar correctamente los pasos, sino tener la capacidad de interpretar y llegar al público con lo que uno hace en el escenario. Además, ser muy cuidadoso y prolijo al moverse, para que el público perciba la obra como algo sencillo, aunque no lo sea. Uno debe visualizar y transmitir las emociones del personaje. Aquí la carrera depende 100% de uno. En la escuela los maestros nos guían y exigen; en la compañía la exigencia es distinta, pero uno debe cumplir los parámetros que se piden.

¿Qué entendemos por una bailarina profesional?

—Es como cualquier otra profesión. Ser bailarín es un estilo de vida y uno dedica su día completo a eso. Es una profesión, algo que tiene peso y que requiere muchos años de estudio. Después de esos años, se necesita muchísima disciplina y perseverancia para alcanzar las metas y objetivos en la compañía.

Es importante que las personas lo vean así, que sus hijos pueden hacer una carrera y una vida a través del arte y la danza. Así como es un doctor, así como es un abogado, como cualquier otra profesión. Aunque se encuentra con muchas limitaciones, cuando uno se enamora de la carrera, no hay marcha atrás.

¿Cuáles son las principales dificultades?

—Lo más difícil es mantener la disciplina y el compromiso. Por ejemplo, en las escuelas, empiezan 60 niñas y terminan 3. Es difícil por los tiempos y porque hay que cumplir también como estudiantes en el colegio.

Ya en el aspecto profesional, la única compañía de danza en Guatemala es el Ballet Nacional. Hay que esperar audiciones y convocatorias para ingresar. Depende de las oportunidades y del crecimiento de la compañía. Como las audiciones no son tan seguidas, hay mucha competencia. Uno tiene que ser muy bueno para que lo elijan.

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¿Cómo logra la conexión entre técnica, personaje e interpretación?

—Es difícil. Pero cuando le asignan un rol a uno, eso ya es motivación. Solo ver el nombre en el reparto hace que valga la pena. Después hay que trabajar la técnica, practicar hasta que salga. Buscamos lo que el maestro recomienda, pero también lo que nos funciona según nuestra anatomía.

Luego viene la interpretación: investigar quién es el personaje, qué piensa, qué siente, de qué trata la historia. Si no sabemos la historia, ¿qué vamos a contar? También hay que conectar con la música; hay piezas que son más penetrantes y ayudan a subir la emoción.

Es un proceso, no inmediato. Hay que caracterizar, cuidar la técnica y entregar algo digno al público. Después viene la retroalimentación, que es complicada porque uno se vuelve muy perfeccionista.

¿Cómo podría describir este arte?

—Es una disciplina de alto rendimiento y un arte visual: el público nos observa y nosotros proyectamos emociones con los movimientos. Hacemos cosas muy difíciles: se desafía la gravedad, el equilibrio, sobre todo en trabajos de pas de deux. El ballet no es algo débil ni flojo. Requiere sacrificio, trabajo físico, control y conocimiento del cuerpo. Además, desarrollamos una memoria muy ágil: en una clase nos enseñan todos los pasos en un minuto y enseguida empieza la música. Requiere mucha habilidad.

¿Qué siente un bailarín al escuchar los aplausos?

—Escuchar los aplausos del público para mí es mi mejor regalo. Es el mayor reconocimiento, aunque no haya tenido un rol principal. Lo importante es que el público esté contento. Tras bambalinas hay nervios, ansiedad, tensión y estrés, pero al salir al escenario debemos reflejar otra cosa. Cuando todo sale bien, la satisfacción es enorme.

.

¿Anécdotas negativas?

—Más que negativa, una experiencia muy dura para mí fue que en 2014 me fracturé. Me tuvieron que operar y estuve fuera seis meses. Yo creí que ya no iba a poder bailar. El médico me dijo: ‘Voy a hacer lo posible, pero todo dependerá de la recuperación de tu cuerpo y de la dedicación que tú tengas’. Fue un momento difícil, pero el ballet te enseña a ser perseverante y disciplinado. Actualmente, bailo sin ningún inconveniente.

¿Anécdotas positivas?

—Sin duda, entrar a la compañía. Cuando me dijeron que había pasado la audición, para mí fue muy emocionante. Además, cada vez que interpreto un personaje es emocionante porque es algo distinto. Estoy súper agradecida con mi carrera.

Un mensaje final para las niñas que quieran bailar

—A todas esas niñas quiero decirles que las necesitamos haciendo historia. Guatemala tiene mucho talento y potencial para crecer en el arte y en la danza. En Guatemala sí se puede vivir del ballet. Que enfoquen bien sus metas, sean disciplinadas, se esfuercen por conseguir sus objetivos y, principalmente, que sean muy soñadoras. Ser soñador te lleva más arriba.

Gabriela Morales: “El ballet es una profesión, no un pasatiempo”

Foto: Diego Cabrera / República
Glenda Sanchez
16 de noviembre, 2025

Gabriela Morales forma parte del Ballet Nacional de Guatemala desde el 1 de enero de 2014. Su primer papel fue modesto: un árbol en la obra Pedro y el Lobo, durante la Temporada Infantil bajo la dirección de la maestra Sonia Marcos. Hoy, tras más de una década en la compañía, su trayectoria refleja esfuerzo, disciplina y pasión por la danza.

¿Quién es Gabriela Morales?

—Tengo 30 años, soy bailarina del Ballet Nacional de Guatemala. He sido bailarina profesional durante 11 años. Antes de eso, estudié 10 años en una escuela de formación para bailarines. Empecé mi preparación a los 8 años y me gradué a los 18. Desde entonces estoy aquí en la compañía.

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¿Cómo ha sido esa experiencia de bailar desde los 8 años hasta hoy?

—Muy enriquecedora. Empecé desde abajo y creo que eso es lo que un bailarín siempre tiene que hacer: pasar por todas las etapas para poder escalar y tener experiencia previa en el cuerpo de baile. Después obtuve roles importantes, hasta llegar a roles principales. En la compañía, empecé siendo un árbol en Pedro y el Lobo. Ahora he tenido la oportunidad de desarrollar muchos otros personajes. Estoy muy orgullosa de mi carrera y muy agradecida también.

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¿Cómo y por qué motivos ingresó al mundo del ballet?

—El ballet, aparte de ser una disciplina, es una actividad muy dirigida a las niñas. La motivación realmente empieza por mis papás; ellos son quienes generan el compromiso real de llevar y traer a sus hijos a las escuelas. Pero sin duda las clases me motivaron mucho. Mi maestra, en ese momento, fue una persona que me iluminó para seguir bailando y aprender. A lo largo de la formación, cada maestro me hizo sentir que tenía el talento necesario. Eso me motivó a esforzarme, a aprender, a mejorar y a tratar de bailar mejor cada día.

¿Cómo era la rutina para una niña de 8 años que estudiaba y se formaba como bailarina?

—Cuando empecé a bailar estaba en segundo primaria. El colegio en la mañana tenía un horario normal, y después, a partir de las 12:30, iba a la escuela de danza. Era muy corrido: desde las 7 de la mañana en el colegio, luego una hora y media de camino. En el carro había que cambiarse, comer y llegar puntual. Conforme pasan los años, aumentan las horas de formación: al principio una hora, luego dos, tres, hasta cuatro horas. No solo técnicas, también teóricas: francés, porque las palabras del ballet son en francés; música, para contar tiempos y entender ritmos; historia de la danza y del arte. Todo esto además de la técnica propia del ballet.

¿Cómo se organizan esas clases teóricas y técnicas?

—En las teóricas, el primer año es historia de la danza uno. Luego agregan música, francés y más historia. No nos saturan al principio, pero cada año aumenta la dificultad, igual que en el colegio. En la técnica también: empezamos con pasos básicos y conforme avanzamos nos complican los movimientos. Al último año, que es el de graduación, debemos saber todo el método y ejecutarlo correctamente. Por eso nos evalúan año con año y esos exámenes hay que ganarlos.

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¿La disciplina de Gabriela es la misma de niña o aumentó?

—Aumentó. Ser profesional requiere mucha más disciplina y compromiso artístico. No solo ejecutar correctamente los pasos, sino tener la capacidad de interpretar y llegar al público con lo que uno hace en el escenario. Además, ser muy cuidadoso y prolijo al moverse, para que el público perciba la obra como algo sencillo, aunque no lo sea. Uno debe visualizar y transmitir las emociones del personaje. Aquí la carrera depende 100% de uno. En la escuela los maestros nos guían y exigen; en la compañía la exigencia es distinta, pero uno debe cumplir los parámetros que se piden.

¿Qué entendemos por una bailarina profesional?

—Es como cualquier otra profesión. Ser bailarín es un estilo de vida y uno dedica su día completo a eso. Es una profesión, algo que tiene peso y que requiere muchos años de estudio. Después de esos años, se necesita muchísima disciplina y perseverancia para alcanzar las metas y objetivos en la compañía.

Es importante que las personas lo vean así, que sus hijos pueden hacer una carrera y una vida a través del arte y la danza. Así como es un doctor, así como es un abogado, como cualquier otra profesión. Aunque se encuentra con muchas limitaciones, cuando uno se enamora de la carrera, no hay marcha atrás.

¿Cuáles son las principales dificultades?

—Lo más difícil es mantener la disciplina y el compromiso. Por ejemplo, en las escuelas, empiezan 60 niñas y terminan 3. Es difícil por los tiempos y porque hay que cumplir también como estudiantes en el colegio.

Ya en el aspecto profesional, la única compañía de danza en Guatemala es el Ballet Nacional. Hay que esperar audiciones y convocatorias para ingresar. Depende de las oportunidades y del crecimiento de la compañía. Como las audiciones no son tan seguidas, hay mucha competencia. Uno tiene que ser muy bueno para que lo elijan.

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¿Cómo logra la conexión entre técnica, personaje e interpretación?

—Es difícil. Pero cuando le asignan un rol a uno, eso ya es motivación. Solo ver el nombre en el reparto hace que valga la pena. Después hay que trabajar la técnica, practicar hasta que salga. Buscamos lo que el maestro recomienda, pero también lo que nos funciona según nuestra anatomía.

Luego viene la interpretación: investigar quién es el personaje, qué piensa, qué siente, de qué trata la historia. Si no sabemos la historia, ¿qué vamos a contar? También hay que conectar con la música; hay piezas que son más penetrantes y ayudan a subir la emoción.

Es un proceso, no inmediato. Hay que caracterizar, cuidar la técnica y entregar algo digno al público. Después viene la retroalimentación, que es complicada porque uno se vuelve muy perfeccionista.

¿Cómo podría describir este arte?

—Es una disciplina de alto rendimiento y un arte visual: el público nos observa y nosotros proyectamos emociones con los movimientos. Hacemos cosas muy difíciles: se desafía la gravedad, el equilibrio, sobre todo en trabajos de pas de deux. El ballet no es algo débil ni flojo. Requiere sacrificio, trabajo físico, control y conocimiento del cuerpo. Además, desarrollamos una memoria muy ágil: en una clase nos enseñan todos los pasos en un minuto y enseguida empieza la música. Requiere mucha habilidad.

¿Qué siente un bailarín al escuchar los aplausos?

—Escuchar los aplausos del público para mí es mi mejor regalo. Es el mayor reconocimiento, aunque no haya tenido un rol principal. Lo importante es que el público esté contento. Tras bambalinas hay nervios, ansiedad, tensión y estrés, pero al salir al escenario debemos reflejar otra cosa. Cuando todo sale bien, la satisfacción es enorme.

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¿Anécdotas negativas?

—Más que negativa, una experiencia muy dura para mí fue que en 2014 me fracturé. Me tuvieron que operar y estuve fuera seis meses. Yo creí que ya no iba a poder bailar. El médico me dijo: ‘Voy a hacer lo posible, pero todo dependerá de la recuperación de tu cuerpo y de la dedicación que tú tengas’. Fue un momento difícil, pero el ballet te enseña a ser perseverante y disciplinado. Actualmente, bailo sin ningún inconveniente.

¿Anécdotas positivas?

—Sin duda, entrar a la compañía. Cuando me dijeron que había pasado la audición, para mí fue muy emocionante. Además, cada vez que interpreto un personaje es emocionante porque es algo distinto. Estoy súper agradecida con mi carrera.

Un mensaje final para las niñas que quieran bailar

—A todas esas niñas quiero decirles que las necesitamos haciendo historia. Guatemala tiene mucho talento y potencial para crecer en el arte y en la danza. En Guatemala sí se puede vivir del ballet. Que enfoquen bien sus metas, sean disciplinadas, se esfuercen por conseguir sus objetivos y, principalmente, que sean muy soñadoras. Ser soñador te lleva más arriba.

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