Casillas, Nueva Santa Rosa y San Rafael las Flores, son tres municipios del departamento de Santa Rosa, al suroriente del país. Las tres comunidades comparten una circunstancia crítica en su día a día: la evidente ausencia de jóvenes. Esta realidad, cada vez más común en zonas rurales del país, deja vacíos en la vida comunitaria y familiar.
Los jóvenes migran en busca de mejores oportunidades de empleo y estudio, aunque la última opción es menos recurrente. En el interior del país, prepararse académicamente es un “privilegio” que no todos pueden permitirse. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en las áreas rurales el analfabetismo alcanza hasta un 75 %.
La búsqueda de una vida mejor amplió la brecha generacional de las comunidades. Es decir, los jóvenes entienden que la migración es el único camino para “salir de la pobreza”. Los lugares a los que más se trasladan son: la ciudad de Guatemala, México o EE. UU. Aunque el sueño americano es la primera opción, no siempre lo alcanzan. En este caso, se quedan en territorio mexicano o en la capital, donde trabajan de “lo que encuentren”.
La juventud que se va
María, una mujer de 58 años del municipio de Casillas, comenta que este año fue especialmente difícil recolectar la fruta del café. La razón: carecen de mano de obra joven. “A diferencia de otros años, yo tuve que acompañar a mi esposo —René— al terreno porque los jóvenes ya no están. No hay interés. Me costó porque, ya estoy grande, no tengo las mismas fuerzas que antes”.
María es la hija mayor de Rosa y Miguel, una pareja que nació en Casillas. Ambos se casaron hace más de 30 años y a lo largo de ese tiempo procrearon a ocho hijos, quienes incrementaron la familia hasta llegar a los 38 integrantes. Sin embargo, más del 60 % de ellos migró: 23 fuera del municipio y 15 aún viven en él.
Los familiares que migraron a la ciudad y a EE. UU. ya no regresaron. La realidad que enfrentó la familia expone un “éxodo generacional” que transforma y condiciona el desarrollo de la comunidad. Misma situación que se vive en Nueva Santa Rosa y en San Rafael las Flores.
En estos municipios, dos familias relataron que sufrieron de desintegración familiar por la migración. En Nueva Santa Rosa, una familia de cinco integrantes —papá, mamá y tres hijos— se dividió. Tan solo los padres viven en la localidad. Todos los jóvenes —una mujer y dos hombres— migraron a la ciudad, donde se establecieron. Rara vez regresan de visita.
La familia de San Rafael de las Flores cuenta que ellos, en total, son nueve integrantes, pero solo una de las hijas vive en el municipio, cerca de sus padres. Los otros hermanos migraron: dos a EE. UU. y cuatro a la ciudad. Sin embargo, los que cumplieron su sueño americano fueron deportados recientemente y se quedaron a “vivir” con sus hermanos de la capital. No regresaron a su municipio.
Para el economista e investigador del Centro Nacional de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN), Hugo Maul, el fenómeno está lejos de desaparecer. “Es un patrón que continuará, porque todos los jóvenes buscan mejorar su condición de vida. En la migración encontraron una solución”.
Al carecer de jóvenes que le apoyen con el trabajo de campo, María evita salir de su casa, pues tiene que ocuparse de las siembras. Ella cuenta que viaja muy poco a la ciudad de Guatemala, y en caso de hacerlo, es para consultar al médico. En su comunidad participa de actividades religiosas y recreativas, pero en estas, la mayoría de los asistentes son personas mayores. Ya no hay jóvenes. “Son contados”, dice.
La migración como solución
Una de las amigas de la familia de María es Katterin, y desde hace varios años los visita. Además, mantiene comunicación constante con ellos. En una reciente reunión de la comunidad, notó que los asistentes eran personas mayores y niños. El grupo de adolescentes y jóvenes era reducido. Y el tema de conversación de estos era sobre migración.
“Escuché la conversación de los jóvenes. El tema giraba en torno a migrar a Guate o a EE. UU. para trabajar. La mayoría de sus familiares se encuentra ya en el país del norte o en la capital”, narra Katterin. En el pueblo, las principales fuentes de empleo dependen de los comercios locales y de la agricultura, en especial, del cultivo del café. No obstante, ya no atraen suficiente mano joven.
Lo que viven en Casillas no es una situación exclusiva. Todo lo contrario, sucede lo mismo en muchos municipios aledaños, como Nueva Santa Rosa y San Rafael Las llores. En los últimos años, se ha registrado una creciente migración de adolescentes y jóvenes. Un fenómeno que comienza a tener impacto en las comunidades y en la región.
Este caso local refleja un movimiento más amplio. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), “la mitad de los migrantes recientes son jóvenes menores de 24 años, y de ellos, el 25 % son menores de 20”. Las causas más comunes son la pobreza, el desempleo y la violencia.
Maul enfatiza que el fenómeno está en toda la región de Oriente, pero que no es la única. “El país entero, en varios sectores, carece de mano de obra joven. Esto se da porque la fuerza laboral migró y hay escasa participación de los que aún no lo han hecho”.
El Índice de Competitividad Local (ICL), de la Fundación para el Desarrollo de Guatemala (FUNDESA), busca determinar la productividad en cada municipio del país. La información disponible resalta que Casillas tiene un 35 % de fuerza laboral y talento. Esto lo coloca en un sector de productividad baja en el país. Respecto al tamaño del mercado, tiene un 12 %.
En comparación con los otros 14 municipios de Santa Rosa, Casillas ocupa el segundo lugar con el porcentaje más bajo de la fuerza laboral. El primero lo tiene Pueblo Nuevo Viñas con 26 %.
La historia de la familia de Casillas, de María, René y sus descendientes, es el ejemplo de una tendencia que los municipios rurales del país enfrentan: la pérdida de su juventud. La migración, como “estrategia para mejorar condiciones de vida”, se convirtió en una respuesta usual. Sin embargo, deja tras de sí comunidades envejecidas, con menos fuerza laboral y menor capacidad de sustentarse.
Casillas, Nueva Santa Rosa y San Rafael las Flores, son tres municipios del departamento de Santa Rosa, al suroriente del país. Las tres comunidades comparten una circunstancia crítica en su día a día: la evidente ausencia de jóvenes. Esta realidad, cada vez más común en zonas rurales del país, deja vacíos en la vida comunitaria y familiar.
Los jóvenes migran en busca de mejores oportunidades de empleo y estudio, aunque la última opción es menos recurrente. En el interior del país, prepararse académicamente es un “privilegio” que no todos pueden permitirse. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en las áreas rurales el analfabetismo alcanza hasta un 75 %.
La búsqueda de una vida mejor amplió la brecha generacional de las comunidades. Es decir, los jóvenes entienden que la migración es el único camino para “salir de la pobreza”. Los lugares a los que más se trasladan son: la ciudad de Guatemala, México o EE. UU. Aunque el sueño americano es la primera opción, no siempre lo alcanzan. En este caso, se quedan en territorio mexicano o en la capital, donde trabajan de “lo que encuentren”.
La juventud que se va
María, una mujer de 58 años del municipio de Casillas, comenta que este año fue especialmente difícil recolectar la fruta del café. La razón: carecen de mano de obra joven. “A diferencia de otros años, yo tuve que acompañar a mi esposo —René— al terreno porque los jóvenes ya no están. No hay interés. Me costó porque, ya estoy grande, no tengo las mismas fuerzas que antes”.
María es la hija mayor de Rosa y Miguel, una pareja que nació en Casillas. Ambos se casaron hace más de 30 años y a lo largo de ese tiempo procrearon a ocho hijos, quienes incrementaron la familia hasta llegar a los 38 integrantes. Sin embargo, más del 60 % de ellos migró: 23 fuera del municipio y 15 aún viven en él.
Los familiares que migraron a la ciudad y a EE. UU. ya no regresaron. La realidad que enfrentó la familia expone un “éxodo generacional” que transforma y condiciona el desarrollo de la comunidad. Misma situación que se vive en Nueva Santa Rosa y en San Rafael las Flores.
En estos municipios, dos familias relataron que sufrieron de desintegración familiar por la migración. En Nueva Santa Rosa, una familia de cinco integrantes —papá, mamá y tres hijos— se dividió. Tan solo los padres viven en la localidad. Todos los jóvenes —una mujer y dos hombres— migraron a la ciudad, donde se establecieron. Rara vez regresan de visita.
La familia de San Rafael de las Flores cuenta que ellos, en total, son nueve integrantes, pero solo una de las hijas vive en el municipio, cerca de sus padres. Los otros hermanos migraron: dos a EE. UU. y cuatro a la ciudad. Sin embargo, los que cumplieron su sueño americano fueron deportados recientemente y se quedaron a “vivir” con sus hermanos de la capital. No regresaron a su municipio.
Para el economista e investigador del Centro Nacional de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN), Hugo Maul, el fenómeno está lejos de desaparecer. “Es un patrón que continuará, porque todos los jóvenes buscan mejorar su condición de vida. En la migración encontraron una solución”.
Al carecer de jóvenes que le apoyen con el trabajo de campo, María evita salir de su casa, pues tiene que ocuparse de las siembras. Ella cuenta que viaja muy poco a la ciudad de Guatemala, y en caso de hacerlo, es para consultar al médico. En su comunidad participa de actividades religiosas y recreativas, pero en estas, la mayoría de los asistentes son personas mayores. Ya no hay jóvenes. “Son contados”, dice.
La migración como solución
Una de las amigas de la familia de María es Katterin, y desde hace varios años los visita. Además, mantiene comunicación constante con ellos. En una reciente reunión de la comunidad, notó que los asistentes eran personas mayores y niños. El grupo de adolescentes y jóvenes era reducido. Y el tema de conversación de estos era sobre migración.
“Escuché la conversación de los jóvenes. El tema giraba en torno a migrar a Guate o a EE. UU. para trabajar. La mayoría de sus familiares se encuentra ya en el país del norte o en la capital”, narra Katterin. En el pueblo, las principales fuentes de empleo dependen de los comercios locales y de la agricultura, en especial, del cultivo del café. No obstante, ya no atraen suficiente mano joven.
Lo que viven en Casillas no es una situación exclusiva. Todo lo contrario, sucede lo mismo en muchos municipios aledaños, como Nueva Santa Rosa y San Rafael Las llores. En los últimos años, se ha registrado una creciente migración de adolescentes y jóvenes. Un fenómeno que comienza a tener impacto en las comunidades y en la región.
Este caso local refleja un movimiento más amplio. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), “la mitad de los migrantes recientes son jóvenes menores de 24 años, y de ellos, el 25 % son menores de 20”. Las causas más comunes son la pobreza, el desempleo y la violencia.
Maul enfatiza que el fenómeno está en toda la región de Oriente, pero que no es la única. “El país entero, en varios sectores, carece de mano de obra joven. Esto se da porque la fuerza laboral migró y hay escasa participación de los que aún no lo han hecho”.
El Índice de Competitividad Local (ICL), de la Fundación para el Desarrollo de Guatemala (FUNDESA), busca determinar la productividad en cada municipio del país. La información disponible resalta que Casillas tiene un 35 % de fuerza laboral y talento. Esto lo coloca en un sector de productividad baja en el país. Respecto al tamaño del mercado, tiene un 12 %.
En comparación con los otros 14 municipios de Santa Rosa, Casillas ocupa el segundo lugar con el porcentaje más bajo de la fuerza laboral. El primero lo tiene Pueblo Nuevo Viñas con 26 %.
La historia de la familia de Casillas, de María, René y sus descendientes, es el ejemplo de una tendencia que los municipios rurales del país enfrentan: la pérdida de su juventud. La migración, como “estrategia para mejorar condiciones de vida”, se convirtió en una respuesta usual. Sin embargo, deja tras de sí comunidades envejecidas, con menos fuerza laboral y menor capacidad de sustentarse.